En alguna parte del Río Usumacinta, que divide la frontera entre Guatemala y México, sucede una historia común y silenciosa en la humanidad, llena de anonimato y actuar sigiloso, el movimiento de personas que buscan llegar de forma ilegal, a la parte norte del continente americano, hacia Estados Unidos y Canadá buscando seguridad y mejores opciones económicas.
Migrar para alcanzar otra vida
En la parte guatemalteca, durante el día y parte de la noche, llegan buses provenientes del centro del departamento del Petén, trayendo grupos de personas y familias, provenientes de diferentes partes de los tres países del llamado Triángulo Norte de Centro América, (Guatemala, El Salvador y Honduras) que, al momento de bajar con caras de confusión y cansancio, son abordados por algunos de los pobladores del lugar. En pláticas llenas de especulación e informaciones incompletas, “Los policías están parando los buses, en diferentes puntos y es mejor viajar 4 horas por el río, para evitarlos.” “Que está personas sabe la ruta para avanzar dentro de México”, algunos reclamos por el tipo de cambio de Lempiras a Pesos, donde se escuchan tan variados acentos del español, que delatan el origen de algunas personas, como salvadoreños, mexicanos, hondureños además de las personas locales de Guatemala. Luego se organizan y acumulan la cantidad de personas mínima para realizar un viaje, acción que lleva a veces algunas horas, y es una especie de pausa y remanso para ellos, que observan el agua con miradas intensas y preocupación, mientras los niños que acompañan a sus madres o familias en el trayecto juegan en el río y observan a algunos de los monos que se acercan a lugar.

Migrantes centroamericanos viajan en lancha por el río Usumacinta, en la frontera entre Guatemala y México. Foto: Jose Misa
Todo sucede en la selva y un río para atravesar Guatemala y el Estado mexicano de Chiapas, serpenteando reservas naturales, aldeas y pueblos además de varios sitios arqueológicos, mientras algunos comen, beben, fuman y conversan entre ellos alcanzando a oír que la mayoría vienen de Honduras.
Logro coincidir en un comedor popular del lugar con un grupo de jóvenes hondureños provenientes de San Pedro Sula, capital hondureña. Algunos de ellos que prefieren estar en el anonimato, bosquejan un panorama lejano de la realidad hondureña. Al pasar las elecciones electorales del 26 de noviembre en 2017, junto a una posible intervención militar en el Gobierno en 2009, causaron inconformidad en la población y la inundo de desesperanza, violencia además de pobreza por todo el país. Entre un plato de huevos, frijoles y tortillas que comparten entre varios, empiezan a soltar frases que contienen la perspectiva primaria del conflicto: “Nosotros participamos en las protestas, pero a los policías los compraron con casas y mejores sueldos y los militares se dedican a matar, inclusive niños”, “Yo tengo estudios universitarios, pero no opciones de empleo y ahora hasta quitaron las comisiones laborales”, entre comida y platicas algunas frases llegan al punto de exaltación; “Como vas a seguir en un país, donde la mano de obra no vale nada, y no hay futuro ni opción a seguir mis planes”, les pregunto por qué se atreven a atravesar Guatemala y México llenos de mafias y peligros contra los migrantes y me responden: “Vos quieres dejar todo atrás, porque quieres un borrón y cuenta nueva, donde no estés sin opciones y tengas trabajo”. Luego se escuchan más historias de sus vidas en Honduras y todos nos levantamos de la mesa. Ellos son 4 personas de las 100 promedio que cruzan por este paso a diario, según comentarios del encargado de la oficina para los refugiados ACNUR, donde me narra cómo desde noviembre aumentó el paso de hondureños, provocando la sobrepoblación de campamentos y algunos días atiende personas que viajan sin dinero y van caminando varios tramos del trayecto. Donde les ayuda con agua, donaciones de comida con los habitantes del lugar y servicios de internet para que se comuniquen con sus conocidos, pero que últimamente ha tenido la bodega vacía y no tiene nada para entregar, que algunas veces tiene ropa y mochilas.

Diariamente decenas de lanchas transportan a migrantes de Honduras, El Salvador, Guatemala y otros país de latinoamérica. Foto: Jose Misa
Las lanchas van y vienen algunas con viajes cortos solo para atravesar el río y otros con viajes de 4 horas río abajo para evitar los pueblos y puestos policíacos en el lado de México. Al lograr la confianza con las personas que pilotean las lanchas, me dejan acompañarlos en varios de esos viajes, algunas veces de dos lanchas y 40 personas moviéndose por el agua serpenteando la selva y cruzando rápidos, por 4 horas de sol quemando, con motores enormes, caras de nerviosismo y algunos niños llorando, donde empiezan las conversaciones y hasta algunos reencuentros, donde escucho la vida cotidiana de San Pedro Sula y la inseguridad reinante, pero donde la mayoría conlleva esperanza y ganas de llegar a cualquier costo.

Durante cuatro horas río abajo, las lanchas llegan a puntos estratégicos en la frontera con México. Foto: Jose Misa
Y luego se repetía una escena que comparten con muchas personas en el mundo, desde el río al ver el lugar de bajada, se ven las siluetas de personas esperándolos y gritando en diferentes acentos que sean rápidos al bajar, que la policía está cerca, la lancha se ensarta en la arena y se desata una estampida humana ingresando a un territorio ajeno, en calidad de ilegales, corriendo por la arena y despareciendo en la selva, con perros ladrando y niños llorando. Me recuerda las historias de los migrantes que cruzan África y sus fotografías rondando el mundo, junto con otras más dentro de una problemática mundial, imágenes en periódicos y pantallas donde se observan los medios que el humano utiliza para desplazarse, a pesar de los riesgos. Creando la pregunta que origina la situación: ¿Qué situaciones sociales crean esa necesidad aparente de ir a Estados Unidos y abandonar sus territorios? La lancha se queda vacía, ruge el motor en retroceso, giramos y acelera de nuevo 4 horas río arriba, con atardeceres naranjas espectaculares, caimanes escurriéndose en el agua, pájaros volando y monos rugiendo incesantemente.
Fotos y texto: Jose Misa