Un diario fotográfico en medio del Covid-19 desde Antigua
El noveno diario fotográfico en medio del Covid-19 es realizado por Juan Carlos Domínguez González, desde Antigua, Guatemala. Sociólogo, fotógrafo urbano, realizador audiovisual independiente y miembro de Divergencia Colectiva. Desde hace más de 5 años y de forma autodidacta, se ha dedicado a la documentación fotográfica y audiovisual con la intención narrar, desde la sensibilidad de los lentes, las realidades sociales diversas. Paralelo a ello y como parte de la beca ofrecida por la Escuela de Cine Documental de San Cristóbal de las Casas, actualmente (pero en pausa por el Covid 19) se encuentra cursando el Diplomado en Cine Documental 2019-2020.
La organización y la disciplina, pero sobre todo el respeto, la empatía y el amor por el otro, generan cambios significativos para fortalecer el tejido social.
Texto y fotos: Juan Carlos González
Recuerdo que para inicios de marzo, cumplía un año en que viajar era una actividad recurrente en mi agenda. Esto, en razón que desde el año pasado tuve la dicha de ser seleccionado (en modalidad de becado) a la convocatoria lanzada por la Escuela de Cine Documental de San Cristóbal de las Casas para un diplomado en esa materia.
En este sentido, mensualmente viajaba en bus a la Ciudad de San Cristóbal de las Casas, en Chiapas, México, y permanecer una semana para las clases presenciales y demás actividades programadas por la Escuela, para luego volver a Guatemala.
En mi caso entonces, podría hablar de cómo el Covid-19 me ha dejado fuera, ojalá únicamente de forma temporal, de mis estudios. O así también, me ha limitado en mis actividades locales, con Divergencia Colectiva por ejemplo, donde nuestra actividad iba desde realización audiovisual y fotográfica (con gente) hasta la intervención del espacio callejero. Esto sin hablar de los espacios íntimos de movilización en los cuales todas las personas nos hemos visto afectadas.

Una persona de la tercera edad pide dinero en la calle. Foto: Carlos Domínguez
Al paso de las semanas, que ya son tres meses, pareciera que el virus vino para quedarse, actuando como se tenía contemplado, brotando y multiplicándose en diferentes partes y regiones del País.
Las medidas de confinamiento y de limitación de movilidad por parte del Gobierno, cada vez más amplias y que abarcan desde el transporte público, los toques de queda, mercados temporalmente cerrados, plazas públicas cerradas, colegios cerrados, iglesias, etc, por muy tajante que sean a la hora de impedir el brote del virus, dan mucho que desear a la hora de velar por las poblaciones más afectadas económicamente, sabiendo que más del 50% de la población subsiste con el trabajo diario, provocando que la cuarentena no sea algo afín para su sobrevivencia diaria.
A eso le tenemos que agregar la precariedad burocrática que ha existido siempre en la asistencia social para combatir estas injusticias producto de las amplias desigualdades sociales representativas de este país.
Las pocas veces que he salido hacia el centro de la Antigua, tanto para hacer compras de comida, como pagos o para la documentación fotográfica, he visto un entorno que da para varias emociones y sensaciones muy particulares. Por un lado la sensación desoladora y fría de espacios públicos, y así mismo, la sensación de vacío de los espacios privados de recreación y ocio, que en mi imaginario siempre representaban lugares con la presencia de grupos de personas, restaurantes, bares, cafés, etc.

Una peluquería a la espera de clientes. Foto: Carlos Domínguez
Por otro lado, la presencia cada vez más visible de “banderas blancas” que anuncian la urgencia de víveres, alimentos, o algo que permita sobrellevar el día, me traen recuerdos semejantes a la hermosa y conmovedora película del director de cine Mexicano, de los años 50’, Luis Buñuel, “los olvidados”, obra que nos trae de manifiesto la cotidianidad de esa sociedad que históricamente ha sido excluida y marginada, mientras, paralelamente se plantea un discurso de progresismo y desarrollo social en la urbanidad. En ese vistazo de ciudades elegantes y el discurso convencional, hay un choque entre lo que vemos y escuchamos que plantea el problema central de la película, una sociedad en progreso pero con una población marginada existente y permanente.
Parece que la Antigua es el reflejo perfecto de este discurso que aún se mantiene presente hasta nuestros días, el humano versus el orden social que los rige y los excluye, así como todas las consecuencias que se derivan de este enfrentamiento, se convierten en una lucha constante, que algunos personajes del poder político y del orden social no quieren reconocer todavía, y donde permea, únicamente, el cambio y accionar a políticas de fachada arquitectónicas e infraestructura de sus ciudades, relegando lo más importante que es el desarrollo de su gente en todas sus dimensiones.
Se ve un hábito creciente, casi que obligatorio, de los restaurantes y comercios a vender sus productos y servicios a domicilio, y en el peor de los casos para algunos, a cerrar completamente el negocio por la falta de ingresos para pagar el alquiler.
La demanda de los servicios de mensajeros privados y particulares se suman a la tarea de trabajar toda la semana en la entrega de comida y productos encomendados, que si bien para algunos es un ingreso para otros es un gasto físico y mental sobrellevar cargas como: la precarización laboral con implicaciones de largo plazo, como el golpe a la seguridad social y de corto plazo como el miserable pago que reciben o el riesgo al que se exponen, al realizar este tipo de labores. Por último, llamó mi atención la creación del servicio de moto taxi, el cual en contextos más urbanos surge de las carencias en el transporte público.

Jóvenes desinfectan vehículos que ingresan a la Aldea Santa Ana. Foto: Carlos Domínguez
Donde vivo actualmente, en la Aldea Santa Ana, en las afueras de la Antigua, la preocupación nos ha hecho fluir paso a paso hacia la organización. Pese a que no ha habido todavía ningún contagio de conocimiento público, desde hace algunas semanas, junto con algunos compañeros de la aldea y junto con la colaboración de la alcaldía auxiliar, nos hemos puesto a la tarea de organizarnos para la realización de actividades y medidas para la prevención y cobertura del brote del virus, aun realmente sin saber si estas acciones son eficaces contra el Covid-19, esperamos si lo sean para la fomentación de una aldea más solidaria y empática.
Dentro de esas actividades están, en primer lugar, las clásicas, las cuales implican la sanitización de vehículos, control de temperatura y distribución de gel a personas que ingresan a la comunidad, pero también otras de mayor complejidad, como la realización (próxima) de un censo poblacional para la recolecta de víveres y medicamento, y un plan de un mercadito local en la plaza central.

Juan Carlos Domínguez
En medio de todo lo malo que esta crisis pueda generar, también me hace añadir con mucha alegría, la empatía y solidaridad que ha existido desde diferentes formas organizativas, de jóvenes principalmente y quienes de forma voluntaria han prestado su ayuda para realizar tiempos de comida en ollas comunitarias, mapeo de familias, recolección y entrega de vivieres para las comunidades más afectadas en todo el territorio de Sacatepéquez. Organizaciones como: Me apunto, la Olla Comunitaria y Banderas Blancas SAC, han demostrado que la organización y la disciplina, pero sobre todo el respeto, la empatía y el amor por el otro, generan cambios significativos para fortalecer el tejido social.
Editor: Diego Silva