En un texto puede encontrar ritmo y, en la música, encuentra el estado emocional con el que escribe. Siendo riguroso y puliendo hasta buscar “la palabra justa, que mejor funcione en el universo del cuento”, dice Rodrigo Fuentes (1984).
Su último libro Mapa de otros mundos, que es una novela, no fue la excepción. Buscó rigurosidad ante una historia personal. Transitando por muchos territorios, físicos, emocionales y literarios.
Sus hábitos para escribir se vieron trastocados por dos razones. Primero y, la principal, al enterarse de la captura de Juan Alberto Fuentes Knight, su padre que fue llevado a los tribunales de justicia en 2018. Y el segundo motivo, la pandemia, al dejar de acudir frecuentemente a la biblioteca y cafeterías para escribir. Pero dice no tener grandes rutinas y le gustaría más disciplina y escribir diariamente, “pero eso no es lo mío”, asegura en esta entrevista para hablar de su libro que inició a escribir por el primer motivo que le dió otro orden y ritmo a su escritura y a su vida.
Desde hace seis años es profesor de literatura de escritura creativa y lengua en español, en Collage of the Holy Cross, Massachusets. Actualmente vive en Estados Unidos.
Recibió el premio de cuento en los Juegos Florales Hispanoamericanos de Quetzaltenango (2008) y el Premio Centroamericano Carátula de cuento Breve (2014). Trucha panza arriba (2016) es su primer libro y sus cuentos han sido publicados en diversas antologías.
Mapa de otros mundos
Mapa de otros mundos inició como un diario, “y ahí sí escribí todos los días con furia. Rabia a nivel de escritura. Fue algo casi físico”, dice Fuentes. Un proceso de escritura acompañado por dos libros: La Guerra y la paz de León Tolstoy y Voces de Chernobil de la escritora Svetlana Alesksiévich.
El libro, editado por Sophos, es un recorrido entre el presente y un pasado que no vivió. Narra parte de la historia de su abuelo, Alberto Fuentes Mohr, canciller en el gobierno de Julio César Méndez Montenegro; candidato a vicepresidente de Ríos Montt y que fue asesinado en 1979 en el gobierno de Romeo Lucas García. Un crimen de Estado, considerado así por la Comisión de Esclarecimiento Histórico.
Época que se teje con un capítulo que sí vivió junto a su familia, cuando su papá, exministro de finanzas en el gobierno de la UNE fue investigado por la CICIG. Ambas histórias y figuras hicieron de Rodrigo, sumergirse en una búsqueda de constantes preguntas, que lo llevaron a investigar a los Archivos de la policía nacional de Guatemala, al National Security Archive en Washington para ver cables de documentos desclasificados y, y entrevistas con expertos cercanos y sectores críticos a la Comisión Internacional Contra la Impunidad en Guatemala.
Rodrigo Fuentes participó en el festival Centroamérica Cuenta, que por primera vez se realizó en Guatemala en el mes de mayo, oportunidad que aprovechamos para realizar esta entrevista.
Vienes de una familia con un pasado político en Guatemala. En la primera presentación de tu libro en el Festival Centroamérica Cuenta, se dijo “llevas un legado en la espalda”. ¿Cómo configuras ese legado a tu oficio de escritor?
Buena pregunta. Pensándolo en la escritura creo que hay una dimensión política y de convicciones sociales que tenía mi abuelo (Alberto Fuentes Mohr), que tiene mi padre (Juan Alberto Fuentes Knight), que se queda en el ámbito de lo político, lo discursivo, del acercamiento a la realidad guatemalteca. Pero más bien, la literatura nunca está desenraizada de esos contextos, convicciones e ideas. Una forma puntal es que mi abuelo les decía mucho a mi papá y a mi tía -¡las cosas se hacen bien o no se hacen!, y eso es algo que mi viejo también nos decía a nosotros. Me parece una frase un poco ridícula porque tenía ese peso de las sentencias grandes, como cuando se es niño y tu papá te dice, solemnemente, “las cosas se hacen bien o no se hacen”, pero algo de eso creo se ha traslapado a mi escritura.
La escritura sí es una región donde trato de ser riguroso, lo más preciso posible, incluso, encuentro un gozo en este trabajo de pulir el cuento o la historia que estoy contando. De ahí otros elementos, quizás un poco ideológicos o políticos que están cuando se escribe sobre alguien, ¿desde dónde se está hablando?, y hay cierta sensibilidad a no apropiarse de voces que fácilmente pasa en la literatura, que de cierta forma es un ejercicio no de apropiación sino de invocación de voces , pero creo que hay una cierta sensibilidad familiar política, que también tiene que ver con ese cuidado, sobre todo a la hora de escribir no ficción, pero incluso en la ficción de no apropiarse sin demostrar conciencia de lo que se está haciendo. Eso a nivel literario.
“Una saga familiar sobre una contradicción. La justicia sobre un hombre justo”, dijo Sergio Ramírez en la presentación de tu libro, que es una novela familiar y te llevó a ser una especie de detective, para contarla. ¿En qué territorios transitaste para escribirla?
Transité por muchos territorios, tanto físicos como emocionales. Primero el territorio de la congoja, la sorpresa y el desconcierto absoluto, eso fue lo que llevó a sentarme a escribir, porque era la única forma de hacerle frente a ese torbellino que nos arrastró a mi familia y a mí. La escritura era la forma de lidiar con eso. En ese sentido, literario, me arrastró por distintos géneros.
Vos mencionaste ahí la cosa detectivesca, por un lado. Está la escritura de diario enfebrecido, que no era pensado en una forma para publicar sino en una forma de hacer algo cuando sentís que el mundo está patas arriba y con el diario te podés agarrar a una especie de cable de salvación. Pero también involucró investigación en el Archivo Histórico de la Policía Nacional de Guatemala, para averiguar sobre mi abuelo.
Involucró muchas entrevistas con historiadores, expertos, gente que trabajaba o tenía trato con la CICIG, personas que tenían acercamiento con sectores críticos a la CICIG; involucró ir al National Security Archive en Washington para ver cables de documentos desclasificados de la embajada, que mencionan el asesinato de mi abuelo. Entonces, hubo investigación, una cosa medio detectivesca, un diario y, a lo largo de todo esto, subterráneamente había, supongo, una cierta conciencia de qué si esto se iba a publicar tenía que funcionar como una novela. Las ideas, las reflexiones, todas las investigaciones no importaban si no se contaba la historia de una forma con la que el lector se pudieran comprometer.
Como escritor, ¿Qué tan difícil fue contar esta historia, distanciarte, esquivar las emociones, la censura y la imparcialidad?
Nunca hice un esfuerzo, sobre todo, en la primera escritura por distanciarme, al contrario, sabía que era imposible distanciarme, aunque lo hubiera querido. Es el arresto de mi papá. Después trato sobre el asesinato de mi abuelo, que es algo que pasó hace 43 años. Hubo un proceso de toda la familia de conversaciones, reflexiones, ahí es donde quizás sí tengo distancia temporal, aunque ciertamente sigue siendo algo emocionalmente fuerte para mí, pero, creo que en ambas historias no era muy posible distanciarme.
Lo que hice fue tratar de ser lo más honesto frente a mis propias preguntas y mi propio desconcierto, afrontar con la humildad que este proceso me ha enseñado, que muchas de las certezas que tenía sobre la justicia y los procesos anticorrupción, sobre cómo funciona el poder en Guatemala, estaban desatinadas, por decirlo de alguna manera. Eso me ayudó a ser riguroso en el proceso de edición. Involucró hablar con mucha gente, fue básico para entender que, si yo no tenía una claridad sobre este tema, tenía que acudir a personas que sí tenían mayor conocimiento e información.
Inicias el primer capítulo escribiendo la historia de tu papá cuando es capturado por la CICIG. Pero también hay una narrativa con el pasado, con la historia de tu abuelo, que fue diputado y líder político. ¿Es ese el puente para hablar de tu historia familiar y la realidad de Guatemala?
El libro tiene una narrativa en el presente, el arresto de mi papá y el vértigo de ese proceso y, una narrativa sobre el pasado. En el caso de Mapa de otros mundos fue contado por mi abuela, mi tía y mi mamá, inevitablemente hay un diálogo en estos dos momentos. Solía sentir entre la emoción y el éxtasis de la lucha anticorrupción y el hecho de estar en la plaza central juntos con tanta gente era especial y muy eléctrica, que no había sentido, casi me hacía sentir como que estaba afuera del tiempo, como que estábamos abriendo brecha y era este momento de gran ilusión.
Había conexiones, se hablaba de la primavera democrática, algunos sectores hablaban del caso contra Ríos Montt, había cierto legado atrás, pero, no siento ahora en retrospectiva que haya habido una conciencia histórica de una forma que hubiera sido productiva, que ayudara a cuestionarnos y pensarnos no solo en términos de ese momento, sino cuales son las lecciones que traemos del pasado que puedan ayudar para no terminar precisamente en lo que estamos ahora. Donde estos sectores poderosos del estatus quo básicamente a sacado y sigue sacando no solo a operadores de justicia, periodistas o cualquier persona que se perciba que representa algún tipo de amenaza a sus intereses. Pero claro, la conexión en el libro es entre el presenta y el pasado, entre la historia no solo de mi papá y mi abuelo sino de las mujeres de mi familia alrededor del primer momento que pasaron en 1979 y cómo no de manera cíclica, pero casi de manera elíptica, hay una especie de retorno a ese horror que vivieron en esa década de los setentas.
El libro tiene de portada dibujos de mapas que hizo tu abuelo. ¿Qué representaron esos mapas para vos en este libro?
Me gustaría pensar que los mapas son una especie de hojas de rutas en momentos donde había total desconcierto de nuestra parte, y creo que la escritura y lo que intento hacer en el libro es trazar ese trayecto no solo mío sino de mi familia, pero también del país en diferentes momentos históricos. Este país que muchas veces se siente a la deriva, casi como una especie de isla constantemente vulnerable y al acecho de diferentes grupos de poder, y en esa oscuridad y vulnerabilidad tenemos que hacernos de hojas de ruta, de cartas náuticas para intentar ver hacia dónde vamos.
Obviamente este caso es muy personal, es un libro más de preguntas que respuestas. Desconfío ahora más de las respuestas y confío más en las preguntas, y el libro trata de plantear algunas preguntas que me parecieron relevantes en este proceso. Ahora, vos mencionabas específicamente los dibujos de los mapas. Mi abuelo de pequeño viajó con su familia a Marruecos, vivió en Casa Blanca creo que hasta los diez años o un poquito más, y viviendo ahí empezó a dibujar unos mapas como los niños que inventan mundos, pero los mundos que yo encontré en estos mapas, muy recientemente, porque mi tía había logrado rescatar y mantener uno de los cuadernos, eran como veinte, empecé a ver los mapas y eran loquísimos, con imperios inventados, nombres de lugares inventados, pero además, los nombres tenían raíces escandinavas, a veces en francés, mayas; yo a través de esos mapas vi una cabeza que me impresionó, que admiraba y me acercaba a mi abuelo porque nunca lo conocí, fue especial no solo pensar en mi abuelo como en esta figura medio mítica, política, sino como un abuelo, y verlo a él, de niño, con esta mente increíble pero también con cierto humor y casi astucia infantil dibujando estos mapas me parecía algo muy lindo, y me encantó la idea de que estuviera incluido como parte del libro.
Fue durante la investigación que encontraste los dibujos…
Sí. Mi tía los tenía, ella después del asesinato fue a la casa para una mudanza acelerada donde tuvieron que sacar todas las cosas y ahí encontró estos cuadernos de su niñez, entonces yo acudí a ella y me los enseñó.
Cómo fue estar en un festival con el cual tienes vínculos. Ganaste el premio Carátula, estuviste participando en los conversatorios y presentando tu libro… ¿Qué sensaciones te ha dejado el festival que está en el exilio?
Es una alegría, pero también un orgullo, y lo digo pensando en mi abuelo y en otros de su generación que creían en la integración centroamericana como una de las rutas principales para salir del pozo en el que muchas veces hemos estado como región, y me encanta la idea que sea a través de la literatura pensar críticamente las historias que nos contamos sobre nosotros mismos, que se esté logrando eso y en ese caso, el hecho que alguien como Sergio Ramírez este dirigiendo este esfuerzo contra viento y marea, considerando las terribles condiciones y dificultades que hay en Nicaragua. Es por un lado triste y trágico, y por otro lado una especie de milagro y creo que la literatura se encarga mucho de las utopías y de cierta forma Centroamérica Cuenta es una utopía. Es lindo tener esto en nuestra región.
¿Qué has podido percibir en cuanto a las sensaciones políticas en torno a Centroamérica?
Un indicador es que, por ejemplo, Luis Chávez poeta costarricense, hablaba de su país y la situación no pinta bien, creo que cuando las cosas no pintan bien en Costa Rica probablemente el resto de Centroamérica no le está yendo tan bien. Es un síntoma, y claramente hay una dictadura en Nicaragua, que ha destruido no solo a la oposición, sino que, cualquier posibilidad o germen de disenso o democracia, por eso Centroamérica cuenta está en el exilio.
En Guatemala tenemos un régimen que se va acercando un poco a eso, en el Salvador igual, y entonces es aquí donde tenemos que volver a ver a nuestros padres y abuelos, también es pensar la lucha de la democracia versus el autoritarismo, que es la lucha que se viene peleando desde siempre, y yo creo que ahí, incluso la lucha contra la corrupción que es una lucha importante, a veces nos ha reducido la mirada sobre el tipo de cambios posibles que hay en el país. Este monstruo que se viene del autoritarismo en el que ya estamos de cierta forma, es una lucha más amplia que puede incluir la lucha anticorrupción, pero que requiere una visión que tuvieron nuestras abuelas y abuelos, y espero que encuentros como este propicien este tipo de conversaciones.