Escritor, reportero y maestro tres veces al año. Francisco Goldman (1954) ha escrito varios libros, entre ellos “El arte del asesinato político: ¿Quién mató al obispo?”, libro que trata sobre el crimen del obispo Juan José Gerardi y que fue adaptado para el documental el Arte del Asesinato Político (2021).
El escritor estadounidense de orígenes guatemaltecos, no era la primera vez que escribía de crímenes y poder político en Guatemala.
Era el final de los años setenta e inicios de los ochenta en Guatemala, Goldman estaba tratando de ser escritor en medio de una guerra que lo llevó a tomar el camino de reportero para revistas norteamericanas, cubriendo el conflicto armado interno.
¿Intentaste iniciar a ser escritor en medio de una guerra que te llevó al periodismo?
Siempre quise ser escritor. Tu sabes que muchos escritores han sido malos estudiantes. Me gusta inventar cosas, imaginar. Desde niño escribía cuentos de piratas. Mis primeros cuentos los hice cuando vine a Guatemala al salir de la universidad. La idea que tenía era aplicar a una maestría de escritura creativa, casi todos los que escriben hacen esto. Estando ahí te da un lugar donde inicias a escribir y sigues una carrera dando clases en una universidad; y vine a Guatemala con la idea de encerrarme en una casa de mi tío en el lago de Amatitlán para escribir mis tres cuentos para aplicar a distintas universidades y, mi tío, me dijo “estás loco”. Era la época de Romeo Lucas García, yo era tan inocente que no sabía nada. Viví en la casa de mi tío en la ciudad y vi lo que estaba pasando. Había auto censura en los periódicos, nadie podía contar lo que estaba pasando y yo escribiendo mis cuentos basados en mi juventud. Los mandé a las universidades y por capricho los mandé a la revista Esquire y ellos compraron dos de los cuentos y me propusieron escribir crónicas.
Así empezó mi carrera. Elegí ese camino mucho más inseguro que la carrera de escritor universitario. Fue un cruce de caminos clave en mi vida. Pero, obviamente es un camino duro, inseguro, gracias a Dios desde muy joven empecé mi carrera literaria.
Al preguntarle su opinión al ver que se está llevando un juicio sobre el caso Diario Militar, lo regresa al pasado, que lo ha marcado. Años que dice “son un fantasma en mi vida, me sigue siempre. Es absurdo pensar que esas heridas se pueden sanar sin justicia, el dolor nunca se va a quitar, y el hecho de poder avanzar en la justicia te hace pensar que no fue en vano su muerte, porque lo que Guatemala más necesita es una democracia que funcione, un sistema de justicia que cuide y protege los derechos democráticos”.
El autor de libros como Larga noche de los pollos blancos, El esposo divino o Di su nombre, dice haber pasado lo más importante de su vida en Guatemala y Centroamérica y de alguna manera para estar cerca de este lado del mundo y de su país de origen, vive en México.
“Uno no tiene que identificarse solo con un país, mi vida está en esos tres países, en esta parte del mundo. México para mí es muy cómodo, nunca me sentí cien por ciento siendo yo viviendo solo en Estados Unidos, algo de mí siempre necesitaba estar en contacto con esta parte del mundo, es algo que quizás heredé de mi madre, pero también pasamos años de mi niñez en Guatemala, por eso nunca he dejado de sentir que algo de mi pertenecía a esta parte del mundo”, dice Goldman, que también se enamoró de México estando en Guatemala cuando era corresponsal freelance en los años ochenta para la revista Harper´s: “no me podían transferir mi sueldo y yo trataba de vivir como corresponsal, tratando de escribir novelas, ganaba tal vez tres mil dólares por articulo y hacía tres al año. Para que me pudieran pagar hacían la transferencia a un banco en México, y dije, un día quiero vivir aquí, desde entonces es mi casa”.
Hace unos meses viajó a Guatemala para investigar y recopilar datos para su nueva novela, una historia situada en el pueblo de New Bedford, Massachusetts, el puerto de pesca más importante de Estados Unidos. Lugar donde inicia la historia de Moby Dick, y que casualmente Goldman en esta entrevista viste una playera de la maratón de lectura que lleva el mismo nombre en homenaje a la novela escrita por Herman Melville, publicada en 1851, pero el libro de Goldman no se centra en la pesca y ballenas, sino en una comunidad de inmigrantes guatemaltecos que vive en ese puerto, gran número de ellos originarios de Zacualpa, Quiché, lugar al que viajó antes de volver para el festival literario Centroamérica Cuenta.
El festival realizado en mayo, reunió a escritoras y escritores que participaron en distintas mesas de diálogo. Goldman estuvo en el foro Arqueólogos de historias: escribir para encontrar. Y precisamente, los libros de Goldman están minados por vivencias intimas, memoria histórica, hechos reales que se mezclan con la ficción y por el trabajo de campo.

“Es muy difícil iniciar una novela. No parece que estoy trabajando porque no estoy escribiendo, pero estoy constantemente trabajando en mi cabeza. Me gusta caminar porque uno piensa muy bien. Y cuando me pongo a escribir, depende, al principio a veces es muy lento, sólo trabajas lo que puedes hasta que te frustras y te vas, pero ya cuando va por buen camino puedes trabajar diez, doce horas al día si no tienes otras responsabilidades”, dice.
De su más reciente libro explica que “por muchos años por darle importancia a otras cosas, estaba ignorando mi propia vida. Entonces decidí contarlo una novela”, se refiere a Monky Boy, nominado al premio Pulitzer. Para llegar hasta donde está, Goldman ha dejado que los caminos del periodista y el escritor se cruzaran, para crear su territorio literario.
¿Cómo fue el cruce de caminos entre el periodista y escritor para forjar un territorio? Pensándolo desde un país que representa parte de tu pasado pero que lo tienes presente.
Sí, es cierto. Como escritor tuve que crear mi propio territorio literario, que no pertenece solo a un país. Mi territorio imaginario entre Estados Unidos y Guatemala son el mismo lugar. En periodismo uno escribe por otra razón que al escribir una novela donde sabes que tienes una sensación, un sentido que quieres seguir, una pista que quizás tenga su origen en algo que pasó y no sabes a dónde exactamente te va a llevar. Cuando escribes no ficción tienes que saber qué vas hacer, no es cosa de intuición, y la parte creativa no necesariamente está en la escritura sino en la manera que vas investigando el caso, las decisiones que tomas, con quien voy hablar, a dónde voy a ir, qué pista voy a seguir; y en una novela, como la última que escribí ¿qué tiene que ver con lo que viví en los años ochenta en Guatemala y treinta años después en mi vida cotidiana?, esa relación entre las dos, y voy escribiendo, buscando historias, explorando sin saber a dónde me va a llevar. Es más personal, misterioso. Son caminos distintos, pero uno va nutriendo al otro.

Estas realidades que observas y escribes, tu vida personal y llevarla a la ficción, ¿cómo aterrizan en tu último libro, Monkey Boy?
Sentí que, por muchos años por darle importancia a otras cosas, estaba ignorando mi propia vida. Entonces decidí contar una novela sencilla, un narrador como yo, se va a Nueva York por amenazas en Guatemala y decide visitar a su mamá guatemalteca que está en un asilo de ancianas en Boston. Es un viaje de cinco días, esa es la trama. Pero en ese tiempo se piensa en todo, quería examinar cómo esas cosas influyen en mi vida al lado de cosas mundanas y no tan mundanas como es la vida de mi familia, los recuerdos de la niñez, la violencia en mi vida. Me da escalofríos pensar en la violencia que Estados Unidos sembró en Guatemala, y comparar eso con la vida de mi mamá, que llegó a Boston muy joven, tenía 26 años cuando yo nací. Se casó con mi papá que le llevaba 20 años, un hombre violento que la lleva a vivir a un pueblo frío, boscoso, donde no conoce a nadie. Había abuso doméstico, quería huir, le pegaba y me pegaba. Ella era como una prisionera en la casa, y buscó su salida, luchó por hacer su vida a pesar de todo. Tú ves cómo funciona el poder y se aprovechan de la realidad de un país pequeño o de una mujer extranjera, de apariencia débil, y ves esos contrastes. Es lo que exploré en esta última novela.
En el conversatorio tocaron el tema si una novela puede ayudar socialmente. En este caso ¿crees que tus libros ayudan socialmente?
Antes pensaba que una novela no podía. Que uno escribe por otra razón, no que vaya ayudar. Me di cuenta que, novelas de Toni Morrison o James Baldwin eran parte de esta cultura de resistencia que vimos en Black Lives Matter, eso me impresionó mucho. En los libros de María Cristina Garza, sus libros, más que ella, son icónicos dentro del mundo feminista en México, y quizás el Arte del asesinato político tuvo cierto impacto en Guatemala, eso me conmovió mucho. Entonces sí puede. No es que uno ande buscando eso, nunca puedes esperar eso, pero si lo que tu estas escribiendo coincide con lo que la gente necesita en ese momento, que están buscando cierta voz, cierta manera de ver las cosas y es tu obra la que tiene resonancia para ellos, entonces sí puede llegar a pasar. Eso es alentador, me gusta que eso pueda llegar a pasar.
¿Y de manera personal?
Ahora que lo veo, la novela Di su nombre, era una manera de vivir el duelo. Pero el hecho de que ese libro exista me ayudó a salir del duelo y renovar la vida. El duelo te mete en un abismo, un vacío. Si uno puede hacer algo para contestarle a ese abismo con algo que uno puede hacer con sus propias manos, ya no es abismo, has puesto algo ahí, aunque sea un libro.
Hace varios años realizaste un reportaje sobre Camila Vallejo, en ese tiempo líder estudiantil. ¿Crees que algo similar pueda suceder, que lleguen al poder líderes que salgan de los movimientos estudiantiles? ¿Cómo ves lo que está sucediendo con el movimiento de estudiantes universitarios?
Lo que era increíble ver en Chile es que, la cultura democrática de los movimientos estudiantiles, está muy desarrollado. La importancia que ellos dan a la elección de quién va ser presidente de la federación de estudiantes, por ejemplo. Ponen los debates en la televisión, es parte de la cultura política. Guatemala tiene algo de eso, el movimiento estudiantil de la Universidad de San Carlos, la huelga de dolores, siempre ha sido parte de la cultura de este país. Creo que quizás ahí está la salvación de Guatemala, quizás empiece ahora en esta lucha de los estudiantes al tratar de retomar lo que es suyo, la universidad. Y si ellos pueden recuperarla a través del movimiento estudiantil, donde surgen líderes, eso sería algo increíble para el país.
Es importante para un país que busca líderes en que puedan confiar, que sean jóvenes, y que se unan a tras de ellos. Eso pasó en Chile. Siempre cuando hay partidos con diferentes tendencias entre izquierda y centro van a haber divisiones, pero no vas hacer nada si la gente no se pone de acuerdo para unirse a un candidato, como hicieron con Gabriel Boric. Camila Vallejo es el gran ejemplo, no es que no tenga ambiciones políticas, o Giorgio Jackson, pero dijeron “vamos a apoyar a Boric”, y eso es lo que necesita Guatemala, tienen que anteponer sus desacuerdos a un lado y decir este va a ser el candidato y vamos a apoyar todos, si llegamos al poder discutimos nuestras diferencias. Es la única salida, sea quien sea. Si surge del movimiento estudiantil sería muy inspirador, porque son los jóvenes los que más tiene que perder. Estados Unidos no está haciendo nada para proteger el futuro de los jóvenes. Son los jóvenes que tienen que luchar, los mayores no van hacer nada por ellos.
¿Qué impresiones has tenido de lo que has escuchado en el festival sobre lo que pasa en Guatemala y la región?
Muchos de los que vienen no saben exactamente lo que está pasando aquí. Uno no viene a un festival literario a leer periódicos, por ejemplo. Yo dije en el escenario: tienen que abrir los ojos y ver qué está pasando aquí, y cuando vuelan a sus países puedan hablar de eso si pueden. La reacción más previsible es “en toda la región estamos mal, este es un lugar más”, que puede ser cierto, pero hay que reconocer lo que está pasando aquí es único, no hay otro país con 24 fiscales y jueces en el exilio. Lo que está pasando aquí es muy extremo y es más sutil que estar matando personas. Pero lo que están matando es la democracia. Eso es algo muy serio. El poder en Guatemala está cabrón.