Carlos Gerardo González Orellana (1987) nació en El Jícaro, departamento de El Progreso, Guatemala. Migró a los alrededores de la ciudad a los doce años de edad. Ha publicado cuentos, poemas y ensayos críticos sobre literatura en diversas antologías y revistas nacionales como de Hispanoamérica. Fue columnista permanente de la revista electrónica Casi literal de 2014 a 2016 y ganador del Primer Certamen de Cuentos El Palabrerista en 2014, promovido por el Proyecto Editorial Los Zopilotes. Actualmente colabora en el blog literario Rusticatio Guatemala, también en la revista costarricense Literofilia y es columnista para la revista electrónica Gazeta. En 2015 publicó el libro Música rara con Editorial Alambiqve y en 2017 ganó el certamen Ipso Facto de poesía convocado por la editorial salvadoreña EquiZZero con el libro Genealogías, publicado bajo ese sello ese mismo año. Estudió Literatura por la Universidad de San Carlos de Guatemala y se licenció en Ingeniería Química, por la Universidad Rafael Landívar, de donde también obtuvo un grado de Maestría en Filosofía en 2016. En 2018 fue becario por la DAAD para un seminario sobre literatura y violencia por la Universidad de Wuppertal en Alemania…
[Foto de Portada / Mauricio Álvarez]
Poemas de Genealogías
Las montañas
los ojos llenos de tierra
la garganta las
espinas de la sed
Los árboles, las mujeres, los
hombres necios los cerros
que poblaron el desierto.
Semillas que crecerían sin noticia de bosques.
Comienza
con la fatiga del sol: tortura y promesa.
Comienza
con los pilares de la casa, la madera, las vigas, las
palmas del techo sedientas
como la tierra
como los ojos de mi madre que lloraron hasta vaciarse
para que floreciera en mí
un árbol de inciertos frutos.
Una flor confusa
que jamás entendí.
Y será el polvo de los caminos el que hablará por mí.
El paisaje poblará con palabras la sequía del espíritu
Una fe nacerá de las hojas
en las palabras del poema
sobre la tierra.
Una fe en la que dios solo creerá
un dios que ignora que su hijo ha de olvidarlo
que clavará en su espalda el puñal de su enigma.
Porque el poema y el dolor solo saben decir la verdad.
Poema 1: dos voces
La luz del sol se cuela entre el follaje
una niña voltea triste hacia fuera / hacia las cosas
donde la cascabel baila
al ritmo de su miedo.
En el patio están el duende y
los caminos.
Él susurrará palabras de miel en sus tímpanos y
ella resistirá.
Él se quitará el sombrero para ocultar su rostro y su capa para que los pies de
ella no toquen los charcos de las veredas, y lo ignorará.
Ella guarda su sombra adherida a la tristeza.
La conozco del fruto hasta la celda que habito
Es mi madre y mi hija que ven en la distancia del encierro
Es mi madre que desciende de la cruz que la habita
y la convierte en el futuro de la hija que no habitará este mundo.
Es mi madre y mi hija que me ven
mientras paso
entre dos estériles sonrisas y dos fuegos que se apagan sin remedio.
El sonido no es necesario para el dolor del tiempo.
El pánico del vacío toca su pelo como el viento que pasa.
Es el sueño de una caricia que despierta del rumor de la nieve
con una mano que afianza la tierra mientras camina.
Ella sueña que despierta a tiempo. Que su hijo no cae.
Que puede salvarlo del abismo negro de su pecho.
Juega a penetrar su alma con la mirada franca
a salvarlo con palabras
oraciones que nacen en su vientre
y mueren en un lugar de mí que desconozco.
Juega a que aún es tiempo.
Que el amor de una niñez nueva la salva. Que aún es fértil.
Que nacerá de sí otro hijo que sí se quedará.
Me descubro en el centro de una cruz cardinal.
Una rosa náutica señala cuatro puntos.
Una madre, un padre.
El pasado y un porvenir oscuro como la boca fangosa del león.
Lo he visto
sus colmillos perforando el asfalto
su boca abierta y desconocida.
La ciudad que se avecina con rumores de tráfico y cansancio.
Una fotografía de silencios cordiales para ver cómo pierdo,
cómo me pierdo entre cuatro puntos de distancia.
Cómo me alejo de quien fui.
Ella camina sobre el silencio noble del barro. Va descalza
por las ramas secas de los limonares, sus espinas,
sus pequeños insectos de palo
sus pequeños hombres de palo quemados por la furia del agua / del milagro
sus ejércitos de hojas en amarillo
para sus pies frágiles.
Lleva puesto el vestido de su madre
yo logré verla creer en algo hermoso
mientras él asoma sus ojos tras los nombres de las cosas.
Es mi madre y mi hija pálida como el vapor que oculta las ramas más altas.
Y el peligro se avecina mientras me escondo en los arbustos.
Cuando huye, encuentra con seguridad mis ojos abiertos
se da cuenta de que temo
y voltea su rostro hacia la niebla
que la oculta.
Ella sabe que no la seguiré.
Es mi madre y mi hija
que es y no será
se despide ocultándose en la niebla absoluta de la muerte
mientras me escondo temeroso
en la arboleda.
Madre
Detrás de una ventana
mi madre me espera
como se espera la lluvia
cuando la cosecha
ya se ha perdido.
Genealogía / distancia
Las raíces me recuerdan siempre a los muertos.
No es algo fácil de explicar.
La luz se disgrega en el color magro del recuerdo.
En el cuarto de mi abuela había un rincón con fotos viejas
blanco y negro,
la mirada fuerte y fija
y el orgullo de las armas
o la belleza de las flores,
las paredes hechas con palos y el techo
de palma están más cerca
que esta avenida,
que esta computadora,
que todo
este
hastío
de objetos.
Mis manos cada vez son más viejas
y vacías
y cansadas.
Mi abuela tenía un rostro hecho de oraciones
y dolor.
Las raíces, me dijo un día, me recuerdan
a mis padres a mis hermanos que han muerto.
Tenía la mirada fija en la tierra
que nos consumía
en el polvo
que el viento levantaba
sobre el patio.
Por eso prefiero a veces enterrarme y hablar
de mis cenizas. La calle me rodea
y yo la habito.
Pero no hay raíces que florezcan bajo este manto perpetuo de concreto.
Desde entonces el pasado comenzó a disgregarse
y retengo el recuerdo como la llave que permitirá
perforar
como un taladro
toda
esa
nostalgia.
Padre
No sé si mi padre ha muerto A veces
se sienta sobre toda la cordura y grita: ¡Vivo!
que está demasiado solo o que está volviéndose demasiado viejo
y se levanta (me grita)
que ya no puede trabajar
cuando reconozco que las arrugas tienen algo de
verdad (yo) le confío un secreto Le digo: padre
las raíces me recuerdan a los muertos Es
complicado pero es cierto. De alguna forma, el
ritmo le gana a la materia. Papá no en-
tiende de esas cosas. Está
solo y chalado. Siempre lo despiden del trabajo, tal
vez porque en el fondo tenga algo de pez o
de músico antiguo. Siempre lo despiden.
Recuerdo
cuando nadaba
su felicidad rebalsaba el mar
o cuando tocaba el saxofón y
la música me decía
que su tristeza era infinita
o cuando se levantaba
a las seis de la mañana y no lograba
echar a andar su viejo Subaru del 78
Tenía algo de
músico antiguo o
de pez enorme.
Madre
Ahora estoy solo
y digo tu nombre frente a la eternidad.
Sé que no está en mi alma,
ni los golpes están en mi corazón.
Pero algo hay de verdad en mí. Estoy seguro.
En la ciudad olvidar es fácil
y no hay tiempo para pensar
en el sueño feliz de las resurrecciones
o en la promesa fugaz de los sacrificios.
Esos motivos son personales,
pero no son míos
madre, la vida solo supo triunfar
cuando me recosté
en tu pecho y escuché las estrellas
en un patio distante
cualquier otra hazaña
no será suficiente
Mi alma
no da la talla.
Dejé a un lado
el misterio de ser la traición de los poetas
y la traición del futuro.
Fui solo la traición de mí mismo.
Pero a ti no te traiciono cuando enloquezco
sobre la promesa de un sueño que no llega
cuando destierro de mis manos la madurez que me amenaza
como si no
fueran suficientes
tus plegarias
el llanto y las súplicas
al atardecer. No te traiciono, madre
pero mi vida no supo de oraciones,
las tuyas
son la espuma del espíritu
desbordándose
dentro de mí. Y me bastan
para llegar tranquilo
a la muerte.