*Un texto de Mónica Albizurez.
El título del nuevo poemario de Juan Carlos Lemus, Los versos del (Pájaro) Carpintero alude, por un lado, al mundo natural y, por otro, a un oficio artesanal, el ser carpintero. Podría parecer entonces que el título anuncia unos versos que recrean un entorno natural orgánico o, de acuerdo a tendencias globales de consumo, plantean un retorno alternativo al trabajo manual frente a la producción en serie e industrial. Algo de esto hay en este poemario, pero sobretodo Los versos del (Pájaro) Carpintero constituyen una reflexión sobre el valor y la ética del trabajo y muy específicamente con relación a la identidad del poeta/escritor en la sociedad capitalista global y digital del siglo XXI. El poemario, a mi modo de ver, es una propuesta de vida que resiste las pulsiones y programaciones de esta sociedad, como podrían ser el imperio de la celebridad, el consumo exacerbado y la transformación veloz de la creatividad en mercancía. De ahí que el poemario de Juan Carlos Lemus me hace pensar sobre las observaciones de la antropóloga Paula Sibilia acerca de cómo la intimidad contemporánea se ha vuelto un espectáculo. Según Sibilia, lo que vivimos hoy, es una fascinación por la visibilidad y por llevar adelante un performance eficaz frente a la pantalla. La vida interior debatida entre aspiraciones y/o deseos reprimidos, se ha convertido en un yo fatigado en y por las redes sociales, siempre dispuesto a crear una autenticidad y un personaje de sí mismo. La introspección como ejercicio solitario ha sido desplazada por recetas para mejorar el performance corporal y mental frente a los otros, nos dice Sibilia. Se trata de ser productivo en y fuera del trabajo, a toda hora. Por lo tanto, la poesía y, en este caso una poesía que reflexiona sobre el trabajo y la interioridad, se convierte para el lector en un espacio de distanciamiento y lentitud a efecto de repensar sus relaciones con los modelos del mundo interior que promocionan los discursos mediáticos contemporáneos.
En este contexto, Los versos del (Pájaro) carpintero, giran en torno a un yo poético complejo: un Pájaro Carpintero escrito con mayúscula y por lo tanto un nombre propio, un pájaro carpintero en alguna ocasión con minúscula “que se creía pájaro a ratos”, un carpintero aprendiz, y también poeta. No se trata de una identidad relativista posmoderna, o del juego a una impostura tan de moda en la literatura, sino lo que se despliega en el poemario es una pobre identidad accidentada que se improvisa en la medida en que trabaja con los materiales. De tal manera, la madera y las palabras trascienden la condición de instrumentos de trabajo y se convierten en una experiencia central de vocación y conocimiento. Ahora bien, no se trata para nada de una subjetividad domesticada, sino intensa, repito accidental, sorpresiva. Así vale la pena detenerse en la definición de las palabras en el poema que abre el texto de Lemus:
Sus palabras son bueyes de arado
Musas de aldea
Mulas dementes
Martillos que vuelan por el aire
Para quebrar el espejo del carpintero.
Como puede evidenciarse, bueyes de arado, mulas y martillos sitúan la experiencia material del trabajo como constitutiva y central del conocimiento y la imaginación. Hay una voluntad en el texto de Lemus de despojar a la poesía de las condiciones de lo sublime, lo abstracto, del solipsismo, de lo elitista. Lo que empuja al poema y al poeta, que luego se nos dirá sobre todo es carpintero, es el arraigo en la materia y particularmente en ese arraigo, la vinculación con el lugar pequeño y provincial (las musas de aldea), la creación como locura animal (mulas dementes), y el desorden (aquellos martillos que vuelan en el aire). Los mitos y las seguridades de uno/una misma, exhibidos frecuentemente en este mundo líquido y yoista del mundo digital, se quiebran en ese trabajo artesanal y rudo con las palabras. Si en aquel mundo todo lo que forma parte de lo real se vuelve en verdad real solo por las imágenes, en el yo poético de Lemus lo real es real por no poder constituir una autoimagen.
Ligado a lo anterior, la poesía de Lemus destruye las poses, o lugares comunes, del poeta como un ser iluminado, incomprendido, victimizado, alternativo, héroe urbano macho:
No escribe iluminado por el sol
….
Jamás fingirá que habita en una caverna urbana
Ni anota inmortalidades en los cafetines
Donde escriben su poesía los eremitas metropolitanos en sandalias
los diletantes
los amos de la noche y de la pose
los dioses que se tatúan en los brazos
sus odios favoritos
signos codificados
ficciones
falos y piñas con demonios
Otro distanciamiento, en el acto de la poiesis, opera respecto de la imagen del escritor cool transnacional, respecto de la reificación del poeta maldito y también del encuadramiento en una multiculturalidad que encorseta y paradójicamente exotiza las identidades. El Pájaro Carpintero poeta, nos dice Lemus:
No finge que es un muchacho de mundo
Ni una señora con experiencias africanas
Ni un poeta del demonio
La importancia del mundo material es tal que, cuando se intersectan el acto de inspiración y el trabajo con la madera, esta se impone sobre cualquier sentido de la existencia. El conflicto entre el creador de palabras y el transformador de la materia se resuelve al equiparar esta última a lo sagrado, mediante la reiteración y la hipérbole:
Acaso contento porque le vino
de pronto
Un deseo de escribir
Pero maldiciendo que haya surgido
Justo cuando cortaba la madera y era feliz
Pues carpintero es, no poeta
Y para el Pájaro Carpintero
la madera es un mandato sagrado
Más sagrado que la palabra madera
Más que todas las palabras del mundo
Así, la relación entre poesía y carpintería es fundamental en el poemario. El poeta afroamericano Yusef Komunayakaa, proveniente del sur profundo de Luisiana y soldado en la guerra de Vietnam, recuerda cómo su padre, de oficio carpintero, construía casas para las personas, pero también casas de pájaros que colocaba en los postes, de tal manera que en la primavera los cenzontles venían a llenarlas de ramas y pedazos de paja . En un sur difícil, pobre y racista, ––semejante en ese sentido a Guatemala – Komunayakaa atribuye aquel oficio del padre a la posibilidad “de mantenerse fiel a sí mismo y a un espíritu de creatividad” sobretodo por el ejercicio de la paciencia. Yusef Komunayakaa concluye: “Las manos existen en colaboración con la lengua –el tacto y el lenguaje–, una informa a la otra. Porque tocamos queremos hablar, nombrar. Porque hablamos hemos aprendido a construir más allá del instinto y hacia la imaginación, en una colaboración refinada, que incluye el aprendizaje. Las manos siempre han confluido con el lenguaje” (la tradución es mía). Esta afirmación es aplicable a la poesía de Juan Carlos, pues sin el tocar la madera resulta imposible nombrar el mundo.
Una experiencia reveladora en el poemario es la relación con el padre. Por un lado, en el poema titulado “A los brazos de mi padre”, la memoria del padre solamente resulta asequible como escena del trabajo. El yo poético percibe los sonidos y las imágenes del trabajo de carpintería, y es entonces cuando se activa la memoria del padre artesano y, con ella, la propia identidad.
A dónde iría mi padre
…
A dónde
Cuando el relámpago que levanta el martillo
Cae
Sobre un tablón
Frustrado
Cuando un formón penetre
La vulva de un pino
Y lo desangre
Cada vez que el martillo caiga
Sobre una tabla desconcertada
Será mi padre
La personificación de los instrumentos y de los materiales refuerzan la presencia memorial del padre carpintero. El sonido del martillo sobre un tabla desconcertada o la visión de un formón desangrando un pino, como un desvirgamiento, se convierten en un archivo de sensaciones fundacionales del padre muerto y también sensaciones residuales en superficies digitales, producciones industriales o postindustriales. El segundo recuerdo paternal es la caja del muerto, porque el padre no es legible ni recordado por su cuerpo o por sus palabras, sino por la madera: “Leo de la madera/ Sus vetas como si leyera una mano”. La aseveración de Yusef Komunayakaa, las manos siempre han confluido con el lenguaje, se plantea aquí en una relación íntima y postrera a partir de un desplazamiento: las vetas de la madera son en realidad las manos del padre.
Ahora bien, este Pájaro Carpintero que picotea los árboles, este artesano que es hijo de carpintero resulta, en términos económicos, improductivo. Contrariamente a las concepciones actuales del trabajo como disponibilidad de todo el individuo, transformado en recurso humano, el poemario otorga relevancia a la experiencia de la autonomía (no del emprendimiento) y a la austeridad. Mucho se discute hoy sobre el neoartesanado como una opción de vida que retoma la unión entre pensamiento y la ejecución, entre la cabeza y las manos, en aras de la creatividad y como un relevamiento de la férrea división del trabajo. De alguna manera, el poemario de Lemus es visionario sobre esta opción de vida, que implica además un rastreo de los materiales, una dignidad que se otorga a ellos. Así, el mueble partido en pedazos para ser leña se queda como mueble partido en pedazos en el jardín. El carpintero lo ha pensado como semillero de lirios. La dignidad del mueble se logra al otorgarle metafóricamente el estatuto de madre: “Como una madre que ocultaba con su sombra a sus recién nacidos”. Inevitable también es retrotraerse al bosque, que “huele a cementerio”, cuando “el alma se fuga de los troncos” y pensar la mesa o la barca o el ropero como un depósito de sonidos vivos: “Contienen la sonoridad de los acantilados/ El corte sufrido/El aullido del tronco”. El sentido pragmático del material (mudo y sin historia) para construir una sociedad de la comodidad y del avance sin límites queda desterrado de Los versos del Pájaro (Carpintero).
Si al principio mencionaba cómo en las sociedades digitales de control, se magnifica el valor de las imágenes construidas y manipuladas, y el sujeto o la sujeta están pendientes de la cámara, de los filtros, del ángulo mejor, la mirada del Pájaro (del carpintero) es distraída, se pierde en los detalles materiales nimios del entorno. El yo poético no ve de frente, es incapaz de contener el espacio, no interpreta las escalas. Por el contrario, se fija en la diminuta grieta en el asfalto, ve los resquicios entre los campos de concreto donde confluyen hormigas y gusanillos, imagina los átomos que forjan las bancas de los parques del mundo. Lo pequeño, lo intrascendente, guía la vida del yo poético.
Las palabras inspiradas por las musas de aldea, finalmente, constituyen un gesto crítico a los afectos de la euforia, del pesimismo o de la cólera, como marcas del discurso mediático, hiperoptimista o catastrofista de hoy. Difícil lograr una templanza en el género más subjetivo de la literatura, pero Los versos del Pájaro (Carpintero) lo consiguen. Se sitúan en la mejor tradición de lo realista. Lo atribuyo literaria y extraliterariamente a la densidad de la experiencia. Por un lado, el propio poemario hace presente la vida como accidente y como proceso de decepción. Es imposible guardar, a través de los años, la confianza sólida en las creencias y en los otros. Es imposible llegar a la plenitud de la adultez esperando un golpe de suerte. Hay que lanzarse a la vida, dice el texto de Lemus, y asumir el proceso doloroso de ajustes y revelaciones. El pájaro carpintero confiesa:
Con cuánta desdicha supe…
Que la vida también haría
Conmigo lo que tarde o temprano ha hecho con todos
Una hoja donde otro escriben
Sus propios deseos.
La humanidad también es material utilizable. Sin embargo, este realismo en el poemario, como decía, queda interrumpido hacia el descenso de la catástrofe. El taller permanece. Quedan los instrumentos, los que, como en una noche fantástica de la literatura infantil, adquieren vida y hacen una fiesta: los serruchos carcajean, los trépanos juegan a la cuerda, los andamios caminan a cuarto patas. El trabajo es reducto vital.
Finalmente, desde la historia de la literatura guatemalteca, la densidad de la experiencia se retrotrae, en Juan Carlos Lemus, hacia una generación que podríamos llamar artesana, paciente, dispersa. Aquellos que nos hicimos adultos en una época opaca, antidemocrática, local, aldeana, cuando el silencio del taller y la humildad de las expectativas constituyeron las opciones posibles del trabajo.
El poemario de Juan Carlos Lemus nos deja, en la última parte, una xilografía, no podía ser de otra manera. En ese poema, contra toda la versatilidad de las imágenes populares de hoy, el resultado es una xilografía colgada en el cuarto, mal enmarcada, como una mancha. Sin embargo, “en el primer plano/ Se abre uno paso entre la maleza de muchos minutos/ El campo que rodea al rostro/ Es cualquier campo”. Esta xilografía vital representa el punto final de un sereno e intenso beatus ille, un dichoso aquel, que en el trabajo manual de la madera y la palabra, encuentra un lugar en el mundo, desde la periferia.
Referencias
Komunayakaa, Yusef. “Honor Thy Hands: Carpentry and Poetry”, The American Reader, https://theamericanreader.com/honor-thy-hands-carpentry-and-poetry/
Lemus, Juan Carlos. Los versos del Pájaro (Carpintero). Guatemala: Editorial Cultura, 2021.
Sibilia, Paula. La intimidad como espectáculo. Buenos Aires: Fondo de Cultura Económica de Argentina, 2012.
*Mónica Albizurez es doctora en Literatura, escritora y abogada. Se dedica a la enseñanza del español y las literaturas latinoamericanas. Reside en Hamburgo, Alemania. Vive entre Hamburgo y Guatemala.