En el presente texto analizaré y articularé sobre las estrategias de Luis de Lión para representar la racialidad y la subalternización que apuntan en la dirección de un esfuerzo pionero descolonizador en su novela pionera El tiempo principia en Xibalbá (1985).

Mayarí de León González sostiene la foto de su padre,el escritor Luis de Lión. Foto: Diego Silva
Por Arturo Arias
Los orígenes de Luis de Lión en San Juan del Obispo y sus raíces mayas kaqchikeles fueron mencionadas yuxtapuestas con las de su gran amigo y compañero escritor Francisco Morales Santos, argumentando que ambos compartieron un sentido maya de conocimiento a pesar de no hablar ni escribir kaqchikel. En el presente capítulo procederé primero a examinar los cuentos de sus dos primeros libros titulados Los zopilotes (1966) y Su segunda muerte (1970). Ambos textos han sido recientemente reeditados por el Ministerio de Cultura en un solo volumen titulado La puerta del cielo (2011). Este título es tomado de su cuento más famoso, el cual también es analizado en este capítulo. Es mi posición que los cuentos precediendo la novela pionera del autor son mucho más que remembranzas personales, como suelen serlo las primeras obras en la mayoría de escritores. Entiendo en su conjunto estos relatos como un laboratorio para representar la subalternidad racializada en sus varias formas y articulaciones. Constituyen por ello mismo una suerte de boceto del proyecto novelístico que ya se encontraba latente en la cabeza del autor en el momento de escribir aquellos cuentos. Sugiero que, durante su primera etapa de producción escritural, de Lión aún no había configurado con precisión cómo la subalternidad racializada podría convertirse en un proyecto descolonizador emancipatorio. Solo llegaría a articular esto en El tiempo principia en Xibalbá (1985). No obstante, habiendo encarnado la indigeneidad, fenómeno que predeterminó un sentido subalternizado de sí mismo que lo posicionó como a la mayoría de habitantes de Iximuleu en un sistema social de castas que prácticamente impedía toda movilidad social como resultado de los determinantes raciales articulando el mismo, de Lión comprendió desde muy joven lo que la racialización significaba y cómo ésta afectaba las subjetividades indígenas. Se encontraba ya por lo tanto escenificándola de diferentes maneras y formas en sus varios cuentos. Podemos ver así por lo tanto un anticipo de futuros giros teóricos en muchos de los mismos.
Con el término “subalternidad racializada” queremos decir, como lo explicamos en la introducción de este volumen, aquellas implicaciones presentes en las clasificaciones étnico-raciales de las poblaciones conquistadas por los españoles en el siglo XVI, según lo articuló Aníbal Quijano en su teorización sobre la “colonialidad del poder.” El que de Lión pudiera conceptualizar estas nociones a tan temprana edad, dada su errática escolaridad en un país con tan mala calidad de educación pública como lo es Iximuleu, tan sólo prueba su brillantez y sensibilidad. Pero es también el resultado de su encarnar la mayanidad en el proceso de constituirse como sujeto racializado, de rebelarse en tanto que sujeto activo. Como ya lo indicó Rita Palacios en su tesis de doctorado, Ana María Rodas escribió que de Lión fue conocido entre sus amigos ladinos como “el indio” (86). Esto pudo bien ser así en aquellos tiempos, y ciertamente Rodas lo articuló como un sobrenombre afectivo. Para el sujeto maya, sin embargo, esta suerte de denigración diaria de su propio ser, una a la cual posiblemente el mismo de Lión contribuyó como mecanismo de supervivencia para mostrar ante su círculo literario urbano ladino su capacidad de reírse de sí mismo, denota una interiorización de ira, fenómeno que veremos explotar pocos años más adelante en sus manifestaciones de odio hacia el ladino representado por el personaje Pascual Baeza de El tiempo principia en Xibalbá. Ciertamente afectaría su psique individual y le generaría cierto grado de trauma, lo cual explicaría su obsesión por transformar las relaciones étnicas y de clase. A este respecto, su hijo Ixbalanqué expresó que, en 1979, de Lión le comunicó su decisión de aprender kaqchikel porque era la lengua materna de su grupo étnico.[1] Casi al mismo tiempo escribió en un cuaderno privado:
No puedo participar del llamado mestizaje precisamente porque lo hispano es la negación de mi lengua, de mi cultura. El lenguaje cackchiquel (sic) sí podría prestarme recursos más íntimamente poéticos. La realidad guatemalteca actual no es grito, es dolor, profundo dolor.[2]
Debemos recordar aquí el análisis de Foucault según el cual el potencial para el ejercicio de agenciamiento o gestión de poder desde diferentes campos discursivos se encuentra ya presente, y esto tiene repercusiones significativas para el desarrollo de subjetividades alternativas y para contraargumentar las múltiples “verdades” generadas por los imaginarios sociales. Foucault plantea:
No nos preguntemos por qué ciertas personas quieren dominar lo que buscan, cuál es su estrategia general. Preguntémonos, más bien, cómo funcionan las cosas al nivel de la continua subyugación, al nivel de aquellos continuos e ininterrumpidos procesos que someten nuestros cuerpos, gobiernan nuestros gestos, dictan nuestros comportamientos, etc. En otras palabras, debemos intentar descubrir cómo es que los sujetos son constituidos gradualmente, progresivamente, real y materialmente a través de los múltiples organismos, fuerzas, energías, materiales, deseos, pensamientos, etc. . . . Deberíamos intentar comprender la sujeción en su instancia material como constitutiva de los sujetos. (Poder/Conocimiento, 97)
Efectivamente, la presencia de nociones de subalternidad racializada en los primeros cuentos de Luis de Lión resulta llamativa, aun cuando esta problemática en particular no aparece como tema central en muchos de ellos. Sin duda el resentimiento por encarnar la mayanidad se encontraría presente en la gran mayoría de miembros de la población maya de la época. Pero nadie más tuvo la capacidad de articular este afecto, es decir, esta percepción producida por los sentidos, en palabras, en literatura, como pudo hacerlo de Lión. Su proyecto estético revaloriza la inferioridad internalizada por niños pueblerinos de origen maya como resultante de la subalternidad racializada. De Lión procura transformar estos rasgos en una identidad cultural viable y legítima, capaz de generar agenciamiento o gestión de poder y articular un movimiento emancipador en fecha futura. Por ello mismo, referentes, imágenes específicas y figuraciones de la subalternidad racializada aparecen en todos sus cuentos. Su conciencia acerca de lo que intentaba configurar se hace evidente en la columna de prensa de Mario Roberto Morales quien reconoce:
Yo había publicado ya La debacle y también varios cuentos en un periódico que se llamó La Nación y que desapareció del medio, en los que trataba de captar elementos del mundo indígena mediante el manoseado recurso del realismo mágico. Cuando Luis los leyó me dijo riéndose: “Mejor ocupate de tus ladinos y dejame los indios a mí.”[3]
Palacios también ha señalado que a De Lión en efecto le importaba mucho convertirse en el artífice de una noción de indigeneidad (91), aun cuando esto deba ser comprendido como un ejercicio de agenciamiento de corte descolonizador. La racialización fue indudablemente el tema central atormentando su existencia, y es también desde esta óptica que debemos entender también su comentario acerca de que el Premio Nobel Miguel Ángel Asturias debería ser “asesinado.” Como Morales Santos lo ha afirmado y Palacios resume, la declaración enunciada por de Lión no debe entenderse literalmente. Más bien fue una enunciación simbólica de su pensamiento, en la cual reconocía que Asturias era en efecto un maestro artesano de palabras y debería ser estudiado y comprendido como escritor, pero de ninguna manera como portavoz de causas indígenas, pues, según lo entendía de Lión—y la mayoría de los mayas— Asturias no tenía absolutamente ningún sentido político de lo que significaba ser racializado o subalternizado. Para Asturias, la mayanidad constituía simplemente un tópico. Era la representación, el material básico con el cual construyó sus catedrales de palabras. De Lión admiraba a Asturias como escritor, a diferencia de Gaspar Pedro González, pero aborrecía su postura política. Es por ello mismo que Emilio del Valle Escalante argumenta que en su texto, de Lión presenta las acciones de Pascual Baeza como generadoras de una movilización indígena descolonizadora que se convierte en expresión embrionaria de nacionalismo maya. No obstante, me inclino por manifestar mi desacuerdo con esta afirmación. Si bien identifico a de Lión como un intelectual autogenerado quien por su propia cuenta llegó a conclusiones apuntando en la dirección de la subalternidad racializada y fue capaz de procesarla de manera creativa en un proyecto emancipatorio descolonizador, no veo su literatura inscrita dentro de parámetros de movilización política per se (aunque sí veo su propia militancia en el PGT moviéndose en esa dirección). Visualizo más sus producciones como experimentaciones descentralizadas cuya pluralidad de voces, ritmos y otras innovadoras estrategias textuales corresponden a formas de conocimiento alternativas inscritas más en el marco de los afectos (y en los conocimientos literarios), que en la ideología propiamente dicha. Como sabemos, esas primeras sensaciones, sentimientos o intuiciones que constituyen los trabajos literarios pueden ser descubiertas, conceptualizadas o procesadas por casi cualquier sujeto creativo. Es una de las razones por la cual artistas de la llamada periferia a menudo parecen prefigurar escrituras teóricas más tarde conceptualizadas con su respectiva pompa y formalidad filosóficas en el “centro” europeo”. En esa misma lógica, sin embargo, creo que la observación de Palacios de que la novela denota una “violencia absoluta” (102) en términos fanonianos, (es decir, en el sentido del filósofo y psiquiatra martiniqués Frantz Fanon) es correcta. Esta manifestación responde cercanamente al concepto de “visceralidad” del crítico boliviano Javier Sanjinés y a la representación de las consecuencias lógicas de lo que el filósofo puertorriqueño Nelson Maldonado-Torres denomina ego conquiro, concepto que recoge del filósofo argentino Enrique Dussel.[4] Palacios nos recuerda cómo Fanon argumentó que la “violencia absoluta” era necesaria para interpelar y vencer las fuerzas coloniales que subyugaron a los sujetos colonializados (103).[5] La visceralidad es para Sanjinés una fuerza análoga, aparentemente anárquica o inesperada, “que ayuda a entender cómo la subordinación indígena ha resistido ceder su identidad al discurso racionalista occidental” (5), según expliqué en la nota 12 del primer capítulo. Por su parte, Maldonado-Torres afirma que el machismo es consecuencia del ego conquiro, una voluntad de conquistar y esclavizar que él asocia con la sexualidad masculina como fuente de agresión. El colonialismo coloca la mayoría de las veces a los sujetos de color bajo una mirada homicida que inevitablemente provoca una reacción igualmente fuerte. Es en este sentido que Emilio del Valle Escalante podría finalmente tener la razón. La ficción producida por de Lión no escenifica un proceso moviéndose en dirección de una revolución emancipadora. Pero ciertamente representa el caos y la violencia que abarcan las vidas de los sujetos colonializados, y existe evidencia de que resultaría casi imposible eliminar estas condiciones fuera del ejercicio de alguna forma de violencia.
La subalternidad racializada en los cuentos Luis de Lión
El primer cuento del volumen es “El inventor”. En este texto, la frase categórica que inicia la narración “este es el pueblo de los Juanes” (23) posiciona a los lectores ante un mundo que ha internalizado su racialización. El llamarse todos de la misma manera, “Juan,” generaliza esa mirada objetivizadora del racismo ladino. Los ladinos usualmente llaman a todos los sujetos masculinos indígenas “Juan” o “José” y a todas las mujeres “María.” Todos los sujetos son iguales porque en la mirada racista son objetos. Sin embargo, Luis de Lión juega con esa mirada y le da cara vuelta. Su discursividad introduce la ironía como mecanismo de reapropiación de la subjetividad maya. Como mecanismo de gestión de poder:
Juan Caca, el del mismo olor de su nombre, pero que, sin embargo, siempre es invitado de honor en todas las reuniones. Y Juan Hueso, el casi sin carne y sin sangre y que, para su suerte, vive junto al cementerio. Y Juan Burro, el viejo medio baboso que, además, es dueño de un animalito orejón que da las horas más puntual que los mejores relojes. Y Juan Poste, el insensible en su cuerpo, el quieto toda la vida, el firme cuando camina. (23)
La risa comienza al burlarse de sí mismos en tanto que pueblerinos e indígenas. La voz narrativa introduce este elemento para contrastar a los sujetos denominados con acepciones que contrastan con el significado literal de los objetos transformados en apelativos, generando una oposición de sentido que invita al sarcasmo, del cual se deriva el sentimiento de burla. A la vez, estos calificativos que acompañan a “Juan” (caca, hueso, burro, poste) los individualiza, convirtiéndolos en sujetos. Ya no son Juanes intercambiables sino Juanes específicos con características diferenciadoras. Esto los humaniza. Convierte el juego sarcástico en simulacro del modelo ladino racializado. Lo último a su vez genera una incongruencia entre lo que se dice y lo que se quiere decir. El juego retórico absorbe el humor del nombramiento de los personajes. Es una discordancia deliberadamente creada para representar una ironía situacional, en la cual, si los ladinos se burlan de las personas indígenas con insultantes apodos, el escritor indígena se apropia de los mismos motes para devolverle la burla a los ladinos. Así, el resultado de los ofensivos epítetos resulta incongruente.
El juego sarcástico, por consiguiente, se convierte en un simulacro del modelo racializado del ladino. Le recuerda a este último su propia verdad. Volvamos a lo que dijo Baudrillard hace ya más de treinta años. El simulacro no esconde la verdad, sino es la verdad la que esconde la falta de sustancia. De acuerdo con este autor, cuando se trata de simulación y simulacro, “ya no se trata de una cuestión de imitación ni duplicación, ni siquiera de parodia. Es una cuestión de substituir los signos de lo real por lo real” (2). Apunta entonces hacia la pérdida de nuestra habilidad de darle sentido a la diferencia entre la naturaleza y el artificio. En este doble juego, al burlarse de la cosificación de los sujetos mayas, de Lión termina burlándose de la falta de sustancia de la racialización ladina. Desde luego, en este cuento la parodia se centra en Juan Tata, cuya representación se transforma en una inversión burlesca del proceso colonizador, humanizando a su vez la representación del Cristo católico:
Este Juan, sin embargo, no es de este cielo; es de más allá de estas montañas y aun de la mar; nació en la otra cara del mundo y de allí se vino cuando lo mandó a llamar un obispo que había dispuesto fundar aquí su encomienda. (23)
El juego paródico se complica con los detalles de que Juan llegó con su chivo, “sudando, pujando, apoyándose en un bordón de madera.” Nos dice el texto que llegó casi desnudo, “nada más unos pedazos de cuero le cubrían las partes,” y se llevó la sorpresa cuando lo agarraron, le pidieron que le pusiera su nombre al pueblo, lo pasearon en procesión, lo ubicaron en un palacio “de piedra y ladrillo, con graderío y campanarios” y
. . . lo metieron a puro huevo hasta adentro de su casa, lo colocaron en el centro del altar principal acompañado de su chivo, le dijeron que contara su historia, que inmediatamente pintaron en grandes cuadros en ese mismo altar para que nadie olvidara quien era el, y lo dejaron allí para siempre. (24)
La desenvoltura del cuento se transforma así en un contra-discurso de la colonización. Problematiza las creencias católicas de la población criolla. Frente a este Juan Tata abandonado aparece tiempo después “Juan sin historia.” La voz narrativa cambia de la tercera a la primera persona. Ese “yo” narrativo es “Juan sin historia,” el sujeto indígena, “un hombre sin nada en medio del cielo y la tierra, porque ni el pedacito de mi hoy en que estaban mis pies era mío, mucho menos el tiempo que ocupaba mi sombra” (25–26). De nuevo, el sarcasmo irónico articula la centralidad del sujeto periférico, el sujeto maya marginal carente de historia al estar excluido de la historia oficial, la cual sólo reconoce una teleología criollo-ladina para justificar la ocupación de ese espacio geopolítico denominado “Guatemala” por los ladinos e “Iximuleu” por los mayas.
El sarcasmo transformado en ironía evidencia la tensión textual entre el juego de significantes articulando lo lúdico y el elemento mordaz de la denuncia recayendo en la subjetividad maya. Evidencia los pozos negros que oculta la retórica ladina. Es una lucha por fabricar una verdad alternativa y por validar a ésta por encima del discurso oficial racista ladino. El lenguaje de los cuentos es el castellano. Por detrás del mismo, sin embargo, se percibe de manera sutil, la metalingüística, la presencia de su kaqchikel nativo. Luis de Lión propone comprender sus cuentos desde su conflicto básico: la disputa entre letra castellana y la voz kaqchikel. A partir de su propuesta es posible discutir el eurocentrismo del concepto “literatura” y los problemas que implican la inclusión de la oralidad dentro del marco letrado. Asimismo, abre el debate sobre la naturaleza eurocéntrica de la literariedad como única forma reconocida de constituir los imaginarios sociales del país. De allí parte de su gran importancia y la imperiosa necesidad de leerlo en Iximuleu.
[1] “Luis de Lión: ‘Yo siempre tuve un cielo’” por Gustavo Adolfo Montenegro. Artículo publicado en el suplemento dominical de la Prensa Libre el 4 de mayo del 2004. Ver http://servicios.prensalibre.com/pl/domingo/archivo/domingo/2004/mayo04/090504/central.html.
[2] Ibid.
[3] Ver “Un libro que se niega a morir y a nacer.” Este texto también está citado por Rita M. Palacios en su análisis de la novela de Luis de Lión (85), aunque ella lo atribuye a “La insignia,” el nombre de la columna más que del periódico, que es Siglo Veintiuno. La columna ha sido reimpresa desde entonces como el prólogo de la obra de Morales en Obraje (2010).
[4] Dussel ya lo señala en su libro Ética de la liberación en la edad de la globalización y de la exclusión. Pero queda más explícito en el sumario del primer capítulo del mismo libro publicado en inglés, titulado “Europe, Modernity, and Eurocentrism.” Allí hace su primera referencia en la p. 471.
[5] Ver Los condenados de la tierra de Frantz Fanon.
El texto es un resumen realizado por el autor sobre el capitulo 2 Luis de Lión: el trágico pionero que pertenece al libro Recuperando las huellas perdidas: el surgimiento de narrativas indígenas contemporáneas en Abya Yala. Libro editado y publicado por Editorial Cultura en el año 2016.