Por: José Alejandro García.
Sobre una mesa la poeta coloca silbatos de barro, sonajas, tambores, ronrones. La poeta acomoda los instrumentos. Los deja a un lado, para cuando los necesite. Mientras, suena el goteo electrónico de una tornamesa: los sonidos se asemejan a un amanecer de 8 bits, al gorjeo de unos pájaros digitales. Pronto, de los speakers, sale la voz de Berta Cáceres. “Estamos en un proceso de lucha por la defensa de los derechos de los pueblos indígenas”, dice la defensora lenca, y su voz se repite dentro de un pequeño salón, en una escuela en El Salvador rural. “Y hemos venido con un proceso de resistencia por más de 500 años”, continúa Berta. “Siempre vivimos en comunidad, y no solo comunidad entre humanidad”, le sigue la voz de la defensora Lolita Chávez (sin relación con Rosa), “pero también la comunidad de las plantas, la comunidad de las aves, la comunidad de los peces”. Y el mouse del DJ parpadea rojo. Y el DJ, de lentes y playera, pellizca sus instrumentos, ajusta los botones y programa e improvisa el paisaje musical que acompaña a las defensoras.
“Recuerdo que el salón estaba decorado hermoso con papeles de colores, imitando la naturaleza que estaba afuera: los valles, las montañas”, dice Rosa Chávez.
“Recuerdo que algunos niños se acercaron a ver mi pantalla”, recuerda Teko, el DJ.
La poeta pronto toma el micrófono. “Pepenalo. Tomá lo que te pertenece”, dice, recita, invoca. “Agarralo que es tuyo. No dejés que te lo quiten. Pepenalo. Ponlo a secar al sol. Quitale los gorgojos”, dice la poeta, y suenan unos platillos sutiles y un silbato, “quitale uno por uno los dientes, mirá cómo brilla: rojo, amarillo, blanco, negro. Desgraná su cuerpo. Molé su cuerpo. Cocé su cuerpo. No lo dejés tirado. No le hagás malas caras. No dejés de sembrarlo”.
Así fue una de las presentaciones de la primera gira de Selva y Cerro, el proyecto de poesía y música electrónica de la poeta Rosa Chávez y el productor y DJ Teko (Andrés Azmitia), mejor conocido como Sonido Quilete. Ocurrió en agosto del 2017, durante el Festival Mundial de Poesía Cien Voces en homenaje al monseñor y defensor de los Derechos Humanos, Óscar Romero. La canción/poema es La Abuela y el Maíz, escrita por Selva y Cerro, es el más reciente proyecto artístico y cultural de la polifacética poeta Rosa Chávez, de la poeta, madre, performer, actriz, maestra, artesana, gestora cultural, guionista, realizadora audiovisual, bisexual, maya k’iche-kaqchikel Rosa Chávez.
Rosa contiene multitudes. Pero resalta, insiste que viene de la poesía, y eso que Rosa, “la poeta”, ni siquiera buscó publicar. Dice que incluso hoy no escribe para “armar un libro”, aunque ha publicado ya cinco. Dice que responde a impulsos. Un impulso la hizo escribir. Un impulso la hizo querer actuar. Eso sí, siempre quiere innovar. Las multitudes que contiene dialogan entre sí. La poesía la llevó al performance. El performance al teatro. El teatro al trabajo comunitario y la defensoría de derechos. La poesía hiló e hila los impulsos de su carrera. La poesía, para ella, no termina en el papel. La poesía, para ella, no termina.

Quevedo, Cervantes
Rosa María Chávez Juárez nació en San Andrés Iztapa, Chimaltenango, el 9 de agosto de 1980 de padre k’iche’ y abogado y madre kaqchikel y enfermera, y abuelos campesinos.
Nací de comadrona
a los nueve días
de mi nacimiento
el abuelo se fue al monte
en su morral mi ombligo
seco como la tusa
lo colgó en un árbol de aguacate
de allí proviene
la fuerza de mi espíritu
y la seguridad de mis pasos.
Creció, sin embargo, en Santa Cruz del Quiché, Quiché donde trabajaban sus padres, y uno de los sectores más afectados durante el conflicto armado interno (1960-1996), el cual provocó más de 200 mil muertos y 45 mil desaparecidos.
“Estuve reflexionando de dónde venía mi interés por la poesía”, dice Rosa. “La poesía representa para mi un punto de llegada ante un impulso interno, ante una pulsión”.
Aunque se enteró mucho después, Rosa cuenta que sus padres también tuvieron inquietudes artísticas. Su madre hizo teatro comunitario. Su padre tocaba la mandolina en una banda. En casa había casetes de música, había libros de poesía y cuentos cortos. Si bien no tuvo acceso a una biblioteca en Santa Cruz del Quiché, en la escuela las maestras sí le enseñaron libros de Quevedo, Cervantes y Lope de la Vega. Pronto Rosa empezó a escribir sus primeros poemas, poemas de amor. Escribía sonetos rimados. Cuenta que se volvía loca contando la métrica.

“Y en ese entonces, ¿qué reflexiones tenías alrededor de la poesía?”, pregunto.
“Me apasionaba tanto como le puede apasionar a una adolescente”, dice. “Creo que somos potenciales poetas y escritores y escritoras, pero la educación nos cercena ese ímpetu creativo”.
Entrada la adolescencia Rosa empieza a escribir sobre “temas más fuertes”, como la muerte de su padre cuando ella tenía 14 años, o uno sobre la menstruación que llamó Cíclica.
“Ahí ya tenía una búsqueda estética”, dice. “Corregía y editaba”.
En 1996 y con 16 años Rosa migró a la Ciudad de Guatemala, a estudiar el diversificado y luego el magisterio; no tenía esta oportunidad en Quiché. Vivía en la 1ª Avenida y 12 Calle, en el Centro Histórico de la capital. Rosa recuerda con nostalgia el intercambio artístico de la época: el rock, el hip hop, iba a librerías; el centro la marcó, dice, la inspiró, la sacudió.

Luego en el 2000 empezó a estudiar derecho en la Universidad de San Carlos (USAC), motivada, cuenta, por querer seguir el camino de su padre. Su primer encuentro con la poesía en la ciudad fue, precisamente, en la USAC. Un día caminando por los pasillos de la universidad se encontró afiches que invitaban a asistir a talleres de poesía con el poeta Enrique Noriega.
“Me motivó no solo la poesía”, dice. “Sino también me motivó el afrontar el miedo de entrar a un nuevo espacio, un lugar desconocido, un lugar donde yo pensaba que no pertenecía, o que no debía estar ahí, por miedo a ser discriminada”.
Cuenta Rosa que ella creció usando su indumentaria maya, la de Quiché, aunque también tenía güipiles hechos por su abuela materna, la de Chimaltenango; hoy usa de distintos territorios y pueblos. Desde pequeña aprendió a colocarse las prendas, a atarse la faja. Pero tan pronto llegó a la capital se enfrentó a hostilidad, malas miradas, insultos. En ese entonces Rosa admite no pensar, no filosofar mucho al respecto. Cambió a usar jeans y playera. Pero cada vez que entraba a un nuevo espacio, temía volver a enfrentarse a estas situaciones, temía entrar a un “nuevo espacio” y no encajar, no pertenecer, ser rechazada.
Ese primer taller duró un día. Un sábado. Fue la primera vez, admite, que compartió sus poemas con otros poetas, y con un escritor publicado y de trayectoria. Ahí Rosa editó un poema, uno solo: Cíclica, que luego fue incluido en la antología del taller, y que desde entonces ha sido publicado en antologías en Latino América y Estados Unidos, y fue traducido al inglés por Gloria Elizabeth Chacón, maestra de literatura de la Universidad de California.
Escribo con rojo
como rojo es mi
condición
bendición o infortunio
ese color pinta mi lienzo
y se plasma en cada
luna
femenina y clandestina
desborda placer.
“El Centro es mi otro pueblo”
Ciudad de Guatemala, 2000. Octubre. La poeta y su hermana entran a un bar en las 100 Puertas; ubicado a siete cuadras de la casa de la poeta. Buscan una mesa. Se vacían los bolsillos. Cuentan los billetes y monedas, y piden un cappuccino, dos mejor, gracias, y esperan. Un poeta de repente toma el micrófono y empieza a leer. Es Simón Pedroza. No, Alejandro Marré. Pablo Bromo.
“O uno de ellos”, ríe Rosa. “O quizás Regina. Fue un mes de puro arte en toda la ciudad”.
Rosa habla sobre oktubreazul, el festival de arte organizando para conmemorar a la Revolución del 20 de Octubre de 1944. En oktubreazul se presentaron, además de poetas, artistas como el Grupo Oveja Negra, Tonibelle Che, Maya Cú, Iqui Balam y Bohemia Suburbana en lugares como el puente en El Trébol, el Museo Casa Mima, el Centro Cultural Miguel Ángel Asturias, el Paraninfo, El Parque Central, Plaza Vivar, Los Capitol, las 100 Puertas y hasta el Museo Nacional de Historia.
“oktubrezul me voló la cabeza”, sigue Rosa y sus manos se tensan como soportando una pequeña explosión. “Los performances me impactaron muchísimo. Yo decía, ‘¿Qué es un performance?’. Lo busqué en el diccionario e igual no entendía”, ríe. “Pero ese festival me inspiró muchísimo. Vi todo eso y dije, ‘Yo quiero hacer eso, yo quiero estar con esa gente, yo quiero estar en estos lugares’”.
Según la curadora e investigadora de arte Josseline Pinto, luego de oktubreazul uno de los organizadores del festival gestionó ese mismo año con la Municipalidad permisos para tomar el antiguo edificio de correos —que en ese entonces estaba deshabitado— para realizar actividades artísticas. Entonces llegaron grupos artísticos y colectivos como el Grupo de Teatro Rayuela, Kaji Toj Teatro Contemporáneo, el Taller Experimental de Gráfica de Guatemala (TEGG) y el colectivo artístico, educativo y de transformación social Caja Lúdica, del que Rosa sería parte luego. Correos pasó a ser un edificio entero solo para el arte guatemalteco. “Fue este momento mágico cuándo las autoridades, en búsqueda de la revitalización del espacio, patrocinan todas las actividades que suceden en el edificio y otorgan becas a los artistas para que puedan crear”, explica Josseline. Otro valioso proyecto que habitó el edificio fue taller permanente de poesía Folio 114, organizado por el poeta y editor Simón Pedroza y el poeta y gestor cultural colombiano Dorian Bedoya, quien además fundó, junto a Julia Escobar, el colectivo Caja Lúdica.
“Después de oktubreazul asistí a otro taller con Ana Ardón, en la bodeguita”, dice Rosa. “No, si te digo, el centro es mi otro pueblo. Y por otro afiche me enteré del Folio 114”.
“La asociación era libre”, cuenta Simón Pedroza, por teléfono. “Nos reuníamos los sábados. Llegabas con tus poemas. Compartías tu material. Se hacían ejercicios de crítica, de opinión y redacción. Comentábamos los textos de todos y también leíamos el trabajo de poetas mayores como Isabel de los Ángeles Ruano o Roberto Monzón. Lo importante era la disposición de las personas a participar”.
En ese taller Rosa coincidió a otros poetas como Leonel Juracán, Manuel Tzoc, Alejandra Solórzano, Regina José Galindo, Pedro Chavajay, Gerardo Monterroso, Alejandra Hidalgo e incluso la rapera Kunti Shaw, además de los fundadores. Rosa escribió en el 2008, en su blog Santa Tirana: “conocí (en Folio144) a personas increíbles y entrañables: bizarros, darks, oscuros, punkeros, románticos, rockers, académicos, etc.”. Calcula Dorian Bedoya que, en un momento, en el Folio, había entre 30 y 40 poetas compartiendo. Simón también recibió una vieja imprenta que entre todos restauraron y con la cual empezaron a imprimir libros de las y los poetas. Eran libros artesanales y con un tiraje limitado. La poesía, para las y los poetas, sin embargo, no terminaba en el papel. El grupo, además, organizó festivales de poesía como el Kadejo, Industrial y Coartada. Llevaron, también, la poesía a las calles. La poesía no termina.
“Hacíamos estos ejercicios para vencer el miedo”, cuenta Dorian Bedoya, desde Colombia; su voz entrecortada a causa de una (quizás dos) mala conexión a internet. “Luego de los talleres nos íbamos a hacer lecturas públicas en el Centro Histórico”.
“A veces eran lecturas repentinas, espontáneas”, dice Manuel Tzoc. “Terminábamos y alguien decía, ‘Y, ¿qué hacemos hoy?’, y otro decía, ‘vamos a repartir poemas en camionetas’ e íbamos”.
Leían en bares, en el Parque Central, en mercados, en la 6ª Avenida, a través de organizaciones empezaron a organizar lecturas en hospitales, asilos, Pavón, el Federico Mora…
“Intervenimos distintas calles también”, dice Rosa. “Recuerdo que para un 21 de junio (día nacional contra la desaparición forzada) tomamos el Parque Central”.
El grupo, ese día, se dividió en los lectores y los performers.
“La gente se tiraba al piso y marcábamos su silueta con una tiza”, dice Rosa.
“Mientras tanto, otros leían”, sigue Simón.
“Gente se acercaba y preguntaba, ‘¿Qué están haciendo?’”, dice Rosa. “Recuerdo que más de alguien también se acostó en el piso para que también los dibujáramos”.
Los ojos de los desaparecidos
miran hacia adentro
no se pueden cerrar amarrados en el tiempo
flotan sus nombres al viento
como bandera de nadie
dicen adiós esperando el retorno.
“Pronto el estar en la calle, leyendo, se convirtió en uno de los principales motores que me impulsaban”, dice la poeta. “Me apasionaba estar ahí. Para mí no era solo leer el poema en sí, decir las palabras, sino, ‘Yo soy una mujer indígena y aquí voy a alzar mi voz y a leer, y a decir lo que pienso’. Para mi lo que era importante y lo más valioso era la acción de estar ahí. Es lo que te decía de los ‘nuevos espacios’. No sabía que en esos espacios iba a ser aceptada como mujer, como mujer indígena. Quería, primero, perder el miedo y también adueñarme de esos espacios; retarme e irrumpir”.

Rosa admite que este sentimiento no lo compartía con los demás. No lo escondía. Solo no era un tema de conversación. Rosa no era la única poeta maya del grupo, claro. Ahí estaba también Manuel Tzoc, poeta y artista visual k’iche’ y Pedro Chavajay, poeta y artista tz’utujil.
“Quizás éramos muy jóvenes en esa época”, dice Manuel Tzoc. “Yo sí sabía de mi origen indígena y de mi identidad sexual. Pero no tenía una consciencia tan clara, como para argumentar o hablar al respecto. Eran pláticas más casuales.”
“Creo que nos relacionábamos como artistas, como creadores, como apasionades”, dice Rosa, en relación a Manuel. “Mi identidad como mujer maya siempre ha estado en mis procesos creativos. Se ve manifiesto en mi trabajo. Pero es algo más introspectivo”.
Hace un mes
vine a la capital
mi tata nos abandonó
yo trabajo en una casa
(la señora dice que de doméstica)
aunque no entiendo muy bien que es eso
me dieron un disfraz de tela
ese día lloré mucho, lloré mucho
Casa Solitaria
2005. Ciudad de Guatemala. El poeta sube las gradas del Edificio de Correos. Busca la oficina 114, donde sabe que se reúnen los poetas. Lo rebasan artistas, músicos, actores, actrices, poetas. Abre una puerta, ve a la poeta y va directo con ella.
—Hola, vos —dice. ¿Vos sos Rosa?
—Em, sí —responde ella, sonriendo.
—Mirá, yo soy Marco Antonio Flores. Tengo una editorial. Soy escritor.
“Yo pues tenía una idea de quién era”, me cuenta Rosa. “No había leído Los compañeros, no había estado en ninguno de sus talleres, pero sabía quién era”.
—Ah, pues, mucho gusto —dice la poeta.
—Mirá, es que leí tus poemas; me los pasaron y quiero publicarte —sigue el poeta. Dame un folder con todos tus poemas y los edito, y te los presento y hacemos un libro. Pues, si querés.
—Sí, sí quiero —respondió ella. Claro que quiero.
“Me dijo que le gustaba la manera que escribía, que mi poesía era fuerte. Recuerdo que me dijo que le había parecido interesante cómo podía sacar belleza de cosas grotescas o muy duras”, recuerda Rosa, frunciendo el ceño.
Poeta y poeta empezaron a trabajar. Ella le entregó un folder con todo su material; algunos poemas los había tallereado en el Folio114. Él hizo una selección. Rosa aceptó. Llamaron el libro Casa solitaria y lo presentó en diciembre del 2005 junto a la escritora y periodista Lucía Escobar. Pero no solo con ella.
“Una cosa que tiene Rosa es que siempre ha sido multifacética”, dice Lucía.
Para el lanzamiento Rosa buscó un lugar con varios espacios. No quería una librería, o algo así. Encontró una casa abandonada en la 6ª Avenida, entre 2 y 3ª Calle, frente al Parque San Sebastián; donde luego se instalaría Caja Lúdica. No tenía luz, la casa. Rosa entonces invitó a varios artistas a hacer una adaptación o “acciones artísticas” de los poemas del libro en alguno de los espacios o habitaciones de la casa. Rosa recuerda un cuarto con velas. Lucía recuerda que un grupo de teatro interpretó uno de los poemas con diálogo e improvisaciones. Dorian recuerda gente sentada en el piso. Tocaron los Alioto Lokos, hubo exposiciones, performances, cortos de Gerardo Monterroso…
“Fue una fiesta”, sigue Rosa.

“Pero esto era de todos los días para nosotros”, sigue Simón Pedroza. “Recordemos que estábamos en un edificio donde había mucha formación de teatro y actividades interdisciplinarias. Abundaba la colaboración. Íbamos a toques de Hip Hop y los hiphoperos iban a nuestras lecturas”.
“El arte fue el lenguaje que conectó a toda a esa mara”, dice el rapero Kame, quien era cercano a los poetas. “Los artistas de esa presentación ya se conocían, al menos de vista”.
En Casa solitaria Rosa combina preocupaciones como el desplazamiento interno, el racismo internalizado, la discriminación, la pérdida de identidad. Vemos pasajes decadentes y una imaginería que refleja ansiedad, desesperación, claustrofobia, incluso, siempre con el ágil y memorable trato de la poeta. O como le dijo El Bolo “(su habilidad de) sacar belleza de lo grotesco y lo duro”. Es particularmente fascinante ver cómo la poeta aborda lo urbano desde la pobreza, la carencia, desde, incluso, la corrupción; ella escribe: “Ciudad de ladrones chiquitos y dioses de yeso (…) cigarros, chicles, pegamento, casita de asfalto y nube negra, canto de pájaros enjaulados”, o “Las luces se encienden entibiando la mugre”. Es Casa solitaria también contestatario. En 35 páginas pasamos de lo existencial a la memoria histórica, de profundas sensibilidades a mordaces críticas. En su momento la crítica literaria Anabella Acevedo escribió: “Chávez asume una voz abierta y honesta (…) continúa la línea establecida por poetas como Ana María Rodas, Aída Toledo y Regina José Galindo”. Desde esta primera publicación Rosa también establece uno de los motifs recurrentes de su obra: el cuerpo femenino, este desde la identidad, desde lo erótico, desde la intimidad, desde la sexualidad, desde el misterio y la curiosidad, desde la violencia, el empoderamiento y más.
Sofía danza
sobre el mar
peces cosquillean su pubis
manglares adornan sus pezones
Sofía tiene una esperanza
vende milagros turquesa
en las esquinas de cristal
Sofía precoz amante
descalza desnuda húmeda
matriarca de sus horas.
“Yo ni siquiera estaba buscando publicar”, dice Rosa. “Mi objetivo era estar en el colectivo, generar acción, crear arte, experimentar, no buscaba publicar”.
Mostrar y devolver: la lúdica para cambiar el mundo
En el 2001 Caja Lúdica empezó impulsando procesos de formación y organización. ¿El propósito?: “Crear espacios para la vida, la paz, la convivencia (…) acercando el arte a las aulas, familias y comunidades para contribuir a la no violencia”. Luego, cuando los fundadores gestionaron apoyo financiero, en el 2005 la organización ofreció becas a los artistas, becas que incluían un aporte económico simbólico. “Ya era un chance”, dice el rapero Kame, “y era con un pensum intensivo”. Ahí él conoció a Rosa, quien se unió al colectivo el mismo año que publicó Casa solitaria. Y como becados, ellos iban todos los días a Caja. Cuenta Kamé que en la mañana “preparaban el cuerpo”: realizaban ejercicios de calentamiento, de respiración, de estiramiento. Luego iniciaban ensayos de obras de teatro. Trabajan los diálogos. Los memorizaban. Los interpretaban. Una. Y otra. Y otra vez. Y otra vez. A medio día la mara, dice Kame, salía a comer y regresaban tipo dos de la tarde, a recibir cursos de creación (elaboración de guiones, improvisación, etc.). La jornada terminaba entre 5 y 6 de la tarde.
“El compromiso era, también, llevar esto a las comunidades, replicarlo”, aclara Kamé.

Rosa fue parte de la primera generación de estudiante graduados (en el 2008) y apunta que ha sido la experiencia más formadora, ¡transformadora! de su carrera, y la que la preparó para todo lo que realizó después, no solo como poeta. Ahí aprendió a tocar percusiones, recibió talleres de teatro y de performance, hizo cuentacuentos, realizó ejercicios de respiración, hizo yoga, jugó con títeres, memoria histórica, artes visuales, danza, expresión corporal, malabares, aprendió a caminar en zancos…
“Recuerdo a Vicor Leiva, un amigo muy querido, él me retaba, ‘Ah, la poeta quiere entrar a Caja Lúdica’, molestando, ‘Igual ni vas a poder caminar en zancos’, me decía y yo, ‘¡Yo sí puedo!’ le decía”, ríe Rosa. “Y lo logré. No como los demás. Como abuelita en zancos, pero lo logré”.
“¿Hoy todavía podrías caminar en…?”
“¡Ay, claro!”, dice, burlona y con exagerada indignación.

Por supuesto, Rosa aportó la poesía a Caja Lúdica. Ella daba talleres de escritura creativa, por ejemplo. Pero parte del intercambio era aprender cosas nuevas. Rosa recuerda su primer performance, que realizó a partir de un taller impartido por Regina José Galindo y Karma Davis. Lo llamó Trans y lo presentó en la misma casa donde lanzó Casa soltaria. Inicia con ella entrando al salón vestida de jeans y playera, y con un bolso al hombro. Rosa entonces se desviste hasta quedar en ropa interior. Del bolso saca un güipil y empieza a vestirse.
“Fue fuerte, muy fuerte”, dice Dorian Bedoya. “Todos estábamos en silencio”.
“Yo hasta entonces no la había visto de corte”, sigue Catalina García ex directora de Caja Lúdica. “Entonces recuerdo que fue muy especial y simbólico para ella; lo demostró”.
“La mayoría del tiempo no usaba mi vestimenta maya”, dice Rosa. “Sí la usaba, pero no tan comúnmente en la ciudad. Fue un proceso de transición para mi, decir, ‘Lo voy a hacer y voy a vencer ese miedo’, porque no lo hacía por miedo, no porque no me gustara”.
Antes de preparar una propuesta del performance, Rosa se hizo la pregunta: “¿Qué quiero presentar?”. Le interesaba empezar a experimentar con el cuerpo y generar una discusión.
“Quería demostrarme dentro de mi comunidad, dentro de mi colectivo; demostrar y mostrar mi identidad”, dice, firme. “Si bien parte de nuestra formación era el análisis de la historia, pues éramos muy jóvenes y en algún momento también ahí escuchaba comentarios racistas. Entonces esta transformación fue importante para mí. El retomar mi vestimenta maya ocurrió no solo en este performance, quería hacerlo en la cotidianeidad. Quería vencer ese miedo. Luego pensé, ‘Bueno, si cambia la gente a mi alrededor, que cambie’. Fue un acto político, fue un reto, pero también fue una lucha personal, el mostrar mi identidad.”
Mostrar, dice Rosa. Mostrar.



Rosa, como parte de Caja Lúdica, llevó música, arte, desfiles, comparsas, clown, obras de teatro y procesos de formación y de sensibilización a barrios de la Ciudad de Guatemala como Ciudad Quetzal, Ciudad Peronia, Alioto, Mezquital, Chinautla, Búcaro, y comunidades en Huehuetenango, Quetzaltenango, Chimaltenango, Quiché, Alta Verapaz, Sololá, etc.
“Yo considero que el trabajo de Rosa, desde el inicio fue muy comprometido”, dice Dorian. “Fue de una alta sensibilidad social, con un gran sentido de humanidad y de amor por la vida”.
“Nunca he vivido un ejercicio comunitario como este en otro espacio”, dice Rosa.
En los barrios y comunidades, Rosa impartía talleres de escritura creativa, de poesía, de sensibilización artística y cultural, talleres de conexión con el cuerpo, respiración y movimiento, talleres de lúdica; coordinaba procesos, también. Todo esto acompañado de sus actuaciones y peformances, marchaba en comparsas, hacía actos de clown, obras de teatro, etc. Rosa con sus compañeros y compañeras de Folio 114 y Caja Lúdica, también, fueron a leer poesía a Rabinal, en conmemoración de las víctimas de la masacre de Pacux.


“Me llegó profundamente el trabajo que hizo Rosa en obras como Contrahuella”, señala Dorian.
“La recuerdo, pues”, dice Rosa. “La presentamos en el Quiché, y la vieron mis abuelos”.
Contrahuella. La Senda de los Ancestros es un “montaje teatral” del director colombiano Juan Carlos Moyano Ortiz. Este está inspirado en el Popol Vuh y el Rabinal Achí, incluye música y danza, y desarrolla dos líneas narrativas: el mitológico y el contemporáneo, y alude la agresión, persecución, las masacres cometidas por el Ejército de Guatemala hacia comunidades indígenas, durante el conflicto armado. “Me volví experto en tronchar la respiración, rompiendo el cuello, trozando cabezas, arrancando entrañas, sin importar nada, ni la edad, ni el nombre”, dice uno de los personajes de la obra, uno de los patrulleros. “El juego de la vida nunca termina. En la tumba los huesos florecen y en el camino de la muerte nace la vida. ¡Que brote la milpa! ¡Que nazca la gente!”, dice Ah Puch, dios maya de la muerte, también durante la obra.
Caja Lúdica presentó Contrahuella. La Senda de los Ancestros en Chiché, Quiché, a 11 kilómetros de dónde creció Rosa y donde, según el informe de la Recuperación de Memoria Histórica Guatemala Nunca Más (REMHI), el ejército cometió cinco masacres entre 1979 y 1982, tres de ellas con el apoyo de las Patrullas de Autodefensa Civil (PAC), grupos de civiles organizados por el ejército y que ayudaban a la ofensiva antiguerrillera. El REHMI además calcula que se cometieron, al menos, 262 masacres en todo Quiché entre 1978 y 1985; 262 de las 302 registradas en esos años. O sea, más del 86%.
“Nos convocó una escuela en Chiché”, dice Rosa. “Llegamos un día antes para prepararnos espiritualmente porque es una obra que requiere mucho”.
Las actores y actrices del grupo dirigido por Julia Escobar, un día antes de la obra, ocuparon la escuela y prepararon un fuego y convocaron energías. Llegó también uno de los guías espirituales del municipio, el Tata Tzunum Balam quien preparó una limpia con sahumerios y les otorgó permiso para realizar la obra en ese espacio. El día siguiente todos y todas se levantaron de madrugada a montar la escenografía, a armar los dos arcos que enmarcan la producción y, con la ayuda de maestros y vecinos, a preparar una alfombra hecha de aserrín, que tiene forma de un güipil, y sobre la cual ocurre la obra. Contrahuella inicia con una ceremonia con fuego.



“Hasta ese momento yo no sabía cómo explicarles a mis abuelos qué hacía”, dice Rosa.
Ellos la vieron de cerca, desde la primera fila. Vieron a Rosa interactuando con el público. La vieron dar vida a varios personajes. La escucharon cantar. La vieron bailar. Vieron a un abuelo convocar las energías de las y los masacrados. Vieron a Rosa vestida con su tradicional vestimenta maya, de blanco. La vieron sacudir una sonaja. La vieron con diferentes prendas. La vieron, de repente, ponerse unas botas negras, un chaleco negro, vestida de militar. La vieron, con sus compañeros y compañeras, marchar cual militar sobre la alfombra. La vieron pateando la alfombra, vomitando sobre la alfombra, arruinando la alfombra, lanzando el aserrín a las personas. La escucharon gruñendo, riendo como acaso rieron los militares en Chiché en mayo del 1979, o en mayo del 1981, 1982, 1985, una y otra y otra vez.
“Me dolía el corazón que mis abuelos vieran eso, que vieran el momento que en la obra vemos a las personas masacradas”, dice. “Pero también me motivaba tanto presentar esa obra. Era importante para mi devolver la historia en un lugar donde siguen latentes los estragos de la guerra en los cuerpos, en la niñez y en la juventud. Era importante que lo nombráramos”.
Devolver, dice Rosa. Mostrar y devolver.


Al terminar la obra los abuelos de Rosa se pararon a aplaudir. Rosa llegó a abrazarlos.
“No se dijo mucho”, dice. “Solo me abrazaron fuerte, los vi conmovidos y sí sentí que se había liberado algo”.
“¿Nunca hablaron de esa obra?” pregunto.
“No. No tocamos el tema”.
Además de los años de formación y presentaciones, Rosa integró el Consejo Educativo Institucional de Caja Lúdica. Este buscó que los miembros del colectivo recibieran un título educativo por su formación y labor. En el 2008 la Escuela Superior de Arte de la Universidad de San Carlos de Guatemala finalmente le otorgó el aval a Caja Lúdica; desde entonces sus participantes reciben un diploma que los acredita como animadores y gestores culturales comunitarios. Ese mismo año Rosa dejó Caja Lúdica.
Xul; Selva y Cerro
La poeta atraviesa una pequeña multitud. Ella viste su indumentaria maya y sandalias. Lleva el pelo suelto. Lleva un morral sobre el hombro, un morral empanzado de xules. Se encuclilla, saca del morral un pequeño silbato de barro, un xul y se lo lleva a la boca. La poeta sopla el xul, juega con las notas, las toca, las extiende; se convierte ella en una mujer-pajarillo en la esquina de la 14 Calle y 6ª Avenida. La poeta gira, como saludando a la gente o acaso a los cuatro puntos cardinales con su xul. La gente ve a la poeta. La poeta ve a su público que la rodea. Unos toman fotos o video. Al terminar la primera canción, el primer trino, la poeta saca del morral más xules y los coloca, como pequeños satélites que orbitan el pequeño morral, cerca de ella. La poeta los ofrece con un gesto sutil. Un pajarillo canta cerca. La poeta saca luego coloridos ronrones del morral.
“Esa vez fue la primera que experimenté con el sonido”, dice la poeta. “Quería crear un ambiente sonoro, poderoso y colectivo”.
La poeta deja a un lado el pequeño morral, ahora desinflado, vacío. La poeta se para en medio de su pequeña constelación y dice, recita:
Animales que cantan por nuestra boca
sonidos en la memoria de todos los tiempos
vibraciones que recorren los hilos de la vida y de la muerte
somos la voz que recupera su canto, su grito, su saliva
somos la voz que recupera su canto, su grito, su saliva
somos la voz que recupera su canto, su grito, su saliva
La poeta tensa luego el hilo de un ronrón, este rechina como quejándose. Lo muestra a su público. Empieza a girarlo. Gime.
somos la voz que recupera su canto, su grito, su saliva
somos la voz que recupera su canto, su grito, su saliva
somos la voz que recupera su canto, su grito, su saliva
somos la voz que recupera su canto, su grito, su saliva
La poeta sopla otro xul. Le responden las aves. De repente un hombre de barba y lentes recoge otro xul y sopla. Le sigue una mujer con un ronrón. Un niño. Otra mujer. Dos. Tres. Al cabo de un rato ya no hay xules, ya no hay ronrones en el suelo. Son todos, todas, una pequeña y recia orquesta, “un ambiente sonoro, poderoso y colectivo”.
“La gente se llevó los xules”, sonríe Rosa.
Desde Casa solitaria Rosa Chávez ha publicado otros cinco libros de poesía: Piedra Ab’aj (2009, Editorial Cultura, Guatemala), En el corazón de la piedra (2010, Monta Ávila, Venezuela), quitapenas (2010, Editorial Catafixia, Guatemala), AWAS (2014, Editorial Catafixia, Guatemala) y Abya Yala (2017, Sincronía Editorial, Guatemala).
En ellos Rosa vuelve a explorar las preocupaciones que enmarcan Casa solitaria: tradición, migración, lo mitológico, lo contemporáneo, lo rural y lo urbano. Alude además a la permanencia, familia y antepasados. Encontramos también mayor profundidad a la feminidad, al cuerpo, a la sexualidad y el erotismo, “me quedo animala (…) y soy yo y mi madre y mi abuela y soy todas y ninguna”, escribe en Piedra Ab’aj; “Patoja de piel invertida, mudas amantes, cuando las serpientes cambian de piel”, escribe también en Piedra Ab’aj; “Arde vagina seca, clítoris vencido, saliva espumosa, gemidos calculados por minuto”, escribe en quitapenas. Hay dolor en su obra: “Nadie puede saber la cantidad de sal que guarda nuestro cuerpo (…) con tantas lágrimas estalactitas y estalagmitas en las profundidades de nuestra memoria”. Nostalgia: “Recordar vuelve el tiempo sagrado”. Intimidad: “Despertame temprano antes de volver a dormir para amarte con mi lengua domesticada”. Insomnio: “Se me caen los dientes, los tengo en la mano, los veo (…) estoy sholca”. Curiosidad: “El espíritu se va si no lo cuidamos, agarra su propio camino si se incomoda”. Tenacidad: “Soy una mujer morena, no le tengo miedo a la palabra que me arrebató la guerra”. Violencia: “El chofer no quería parar y cuando iba a bajar, rápido arrancó, —apurate india burra —me dijo, yo me caí y me raspé la rodilla; risa y risa estaba la gente”. Humor, incluso: “Tengo un colibrí atrapado en el pecho, quiere ver el sol, jode, jode, jode, jode, es bello, bellísimo, pero su aleteo me revienta el puto corazón”.

“De inmediato me impresionaron sus imágenes tan viscerales”, dice por correo la poeta y traductora Gabriela Ramirez-Chavez quien, desde el 2018 traduce la obra de Rosa al inglés. “Como hija de migrantes guatemaltecos, no me veía en los medios, ni en el arte. Encontré sus poemas por mi interés de buscar más sobre la tierra de mis padres. También me impresionó su amplio y expansivo uso de lo femenino. Su trabajo desafía las expectativas y los estereotipos de las mujeres mayas, y de una manera más amplia, afirma el derecho de las mujeres de hablar, vivir y de experimentar sus cuerpos en plenitud”.
Gabriela señala que la poesía de Rosa le recuerda a la de la poeta chilena Cecilia Vicuña, quien Rosa también señala como una influencia, junto a Ana María Rodas, Isabel de los Ángeles Ruano, Tania Palencia, Luz Méndez de la Vega, Mildred Hernández, Carolina Escobar Sarti, Briceida Cuevas Cob, Graciela Huinao, Gloria Anzaldúa, Audre Lorde, Maya Angelou, y libros como el Popol Wuj, Esta puente, mi espalda: Voces de mujeres tercermundistas en los Estados Unidos y La palabra y el sentir de las mujeres mayas de Kaqla.
“Tantos libros, tantas novelas, tanta poesía”, dice Rosa. “Pero las autoras que menciono son autoras que me empujaron cuando empecé a escribir, que me hicieron ver que yo podía tomar mi propia palabra, que me ayudaron a vencer el miedo, que me inspiraron y me maravillaron, y me ayudaron a saltar a ese vacío que es la escritura”.
Hay también, en su bibliografía, alusiones a lo cuir. Sobre su sexualidad, Rosa dice hoy llamarse bisexual.
“También me he nombrado cuir”, dice. “Me siento, me percibo desde la fluidez. Me he sentido rarite desde que tengo memoria. Fue y sigue siendo un camino de vida el volver, en sus distintas dimensiones, a mi cuerpo, a mis deseos, a mis afectos, todo vinculado a la sanación”.
“En esa época estaba leyendo mucha poesía queer”, dice Gabriela. La poesía de Rosa me ha ayudado a aceptar y abrazar mi sexualidad”.
La poesía de Rosa es reconocida en los círculos literarios del continente. Ha participado en festivales como el Festival Internacional de Poesía de Medellín, Colombia; el Festival Internacional de Poesía de Quetzaltenango, en el Festival Internacional de Poesía Rosario en Argentina. Como actriz ha participado en el Festival de Bogotá donde, con Caja Lúdica, también presentaron Contrahuella. Participó en el Festival Riddu Riđđu, en Noruega. Ha sido publicada en revistas en México, Estados Unidos. Su poesía ha sido traducida al k’iche, inglés, francés, alemán y noruego. Cada año más y más festivales y colectivos artísticos la invitan a participar. No solo festivales de poesía. Rosa presentó Xul, por ejemplo, en febrero del 2017, durante el tercer Festival Internacional de Performance “Forma y Sustancia”, donde participaron artistas como Manuel Tzoc (Guatemala), Sophie Dupont (Dinamarca) y Lysette Yoselevitz (México-Canadá).
“Después de Xul, después de esa puesta en escena, quise investigar más y experimentar con la música, con los sonidos y la poesía”, dice Rosa.
Así empezó del siguiente y actual capítulo de la poesía de Rosa Chávez: Selva y Cerro, el autollamado “dúo de experimentación electrónica, poesía y sonidos e instrumentos raíz” con el productor y DJ Teko, mejor conocido como Sonido Quilete. El mismo año que Rosa presentó Xul en el Festival “Forma y Sustencia”, recibió una invitación para participar en el Festival de Poesía Cien Voces en El Salvador, organizado por la Fundación Metáfora. El festival buscaba celebrar los 100 años del nacimiento del Monseñor Romero. La idea, según Claudia Jiménez, una de las coordinadoras del evento, era “traer a cien poetas internacionales a hacer más de cien lecturas en todo el país”.
“Me dijeron que iba a ir a escuelas y a compartir con niños y niñas”, sigue Rosa. “Entonces quería hacer algo más experimental y compartir, no tanto hacer lecturas tradicionales. Yo he tocado tambores en otras lecturas, entonces pensé en experimentar con sonido. Le dije a Teko, ‘Bueno hagamos algo los dos’”.


El festival inició el 1 de agosto del 2017.
Selva y Cerro ha publicado dos canciones, ellas son Abuelita Planta (Qati’t Q’ayes) y Abuela y el Maíz y las escribieron en esa época. Abuela y el Maíz es la primera canción que escribieron juntos, Rosa y Teko. Desde el inicio usaron las voces de Berta Cáceres y Lolita Chávez. No la grabaron entonces, pero sí tenían la base instrumental que realizó Teko y el aporte instrumental de Rosa. Ensayaron otras canciones que incluían grabaciones de las voces de la premio Nobel Rigoberta Menchú, Myrna Mack y Monseñor Romero. Rosa escribió también poemas sobre las y los desaparecidos, sobre la toma de tierras, sobre la niñez que defiende las semillas y uno para Mayarí de León (la hija del escritor Luis de Lión).
“Teníamos bien claras las sensaciones que queríamos generar con esto”, dice Teko. “También las ideas y el material que llevábamos eran transformables. Debíamos ser capaces de adaptar nuestras presentaciones de un gran teatro, lleno de gente, a una escuelita donde todo tenía que ser más interactivo, tipo cuenta cuentos”.
Las maestras y maestros, los niños y niñas bailaron con los beats de Teko, al ritmo de las sonajas de Rosa. Cuenta la poeta, como hojeando un libro invisible, que jóvenes poetas se acercaban a ellos a enseñarles sus poemas, a pedirles autógrafos, incluso, a tomarse fotografía con el dúo. Cuenta el DJ que otros se acercaban curiosos, silenciosos, a ver las pantallas de sus artefactos, a ver cómo parpadeaban y cambiaban de color al ritmo de la música. Recuerda Rosa subir montañas en pickups. Recuerda Teko presentarse en una plaza, un domingo. Recuerda Rosa una escuela en un barrio donde todos los niños y niñas llevaban mochilas transparentes como requisito escolar para asegurarse que no llevaran armas. A veces los lugares no tenían lo necesario para que Teko conectara su equipo, entonces hacían una versión unplugged con la voz de Rosa, un tambor y demás instrumentos.
“Teníamos un guión, pero era muy experimental”, dice Teko.
“Selva y Cerro nace de estas presentaciones, de esas interacciones”, dice Rosa. “La colaboración era para el festival, pero luego nos gustó, nos gustó experimentar y compartir, y decidimos seguir”.
Actualmente Selva y Cerro prepara su disco debut.
Guatemala. Noviembre 2021. La poeta abre la puerta y nos recibe un pequeño perro. Ladra. Gruñe. Pela los dientes. Ladra irritado. Ella viste una blusa bordada roja y una falda negra. Dentro de la casa de Rosa hay muchas plantas: una enorme rama que sirve de perchero, pequeños cactos de un lado, suculetas de otro, maíz en una pared, un huerto en la terraza. Hay, al inicio del pasillo principal, un pequeño altar con fotos y velas encendidas. Y a media casa está el estudio de Selva y Cerro; de un lado los “instrumentos de raíz”, los de Rosa (silbatos, sonajas, tambores, flautas de caña, hacedores de lluvia), del otro, la computadora, tornamesa, beatmakers y demás artefactos de Teko, compañere de Rosa.



—Estos los hace Teko —dice Rosa, con su mano sobre una sonaja de barro.
—Ah, ¿sí? —pregunta la fotógrafa.
En la mesa hay más silbatos. Unos pequeños, del tamaño de un carrito de juguete. Hay otro con forma de cráneo, no más grande que una manzana.
—Sí —dice Teko. Estoy aprendiendo en línea con un ceramista.
De otro lado del cuarto, donde aparecen indiscretos los zancos que Rosa usaba en su época de Caja Lúdica, Teko tiene una pequeña mesa de madera, y sobre ella hay un bodoque de barro fresco, barro de Chinautla. Teko lo toca, como orgulloso. Nos explica el proceso para hacer esos pequeños instrumentos. Diseñar. Moldear. Secar. Hornear. Sin embargo, no los hornea en casa. No tiene el equipo. Para eso los lleva a San Juan Sacatepéquez, con el Colectivo Espíritus Libres. Le pregunto si puedo tocar el barro.
—Ah, si, pues, es pura plasticina —digo.
—Sí, es muy maleable. Le podés dar cualquier forma —sigue Teko. Los hacedores de lluvia, por ejemplo, están llenos de bolitas de barro también.
—Pues desde que surgió la idea de colaborar yo le dije a Teko que no solo quería aportar con las letras de las canciones —dice Rosa. Yo también quería tocar instrumentos, hacer música.
Rosa, la poeta, la instrumentista.

Rosa es poeta. Es madre, performer, actriz, maestra, artesana, gestora cultural, guionista, realizadora audiovisual y más, ¡mucho más! Después de salir de Caja Lúdica se unió, en el 2008, a la Asociación Maya Uk’ ux B’e donde medió espacios de participación y formación política de juventud maya. Más adelante realizó talleres de memoria histórica y sanación desde la cosmovisión maya con mujeres indígenas donde combinó metodologías que aprendió en Caja Lúdica. Condujo un programa de televisión llamado Siwan Tinamit-La voz de los pueblos producido por el colectivo Coordinación y Convergencia Waqib’ Kej. Fue gestora cultural en el Centro Cultural de España. Estudió cine en Casa Comal. Realizó una residencia en el Sami Film Institute en Noruega. Escribió y dirigió dos videos para la rapera Rebeca Lane, estos son Alma Mestiza y Kixampe. Fue parte del consejo editorial de La Cuerda. Rosa se mantiene en constante innovación, renovación, reinvención y experimentación.
Me desato el corte
y el llanto antiguo que me acompaña
me desato de quien aprieta mis nudos
me desata la madre mundo
me desata el padre mundo
desatada ando por la vida
de un lado para el otro
pastoreando chivos
entre el monte citadino
el monte rudo
el monte cóncavo
el monte Venus
el monte tapiscado
el monte pisado
ando desatada
cuidado.
Todo, sin embargo, viene de la poesía.
“Yo lo he comentado en otros espacios y lo afirmo: ‘la poesía es mi columna vertebral’”, dice Rosa. “La poesía me ha dado y me da la posibilidad de experimentar con otros formatos, nutre esas otras manifestaciones artísticas; el ponerme el lente de la poesía me ha dado y me da muchísimas posibilidades creativas, estéticas, espirituales, emancipadoras y, por supuesto, políticas. No desvinculo la poesía de lo político, porque para mí experimentar con otros formatos también es parte de mi posicionamiento político, de hacer, de poder crear, de tomar espacios, de plantar mi cuerpo con fuerza y dignidad. La poesía ha sido y sigue siendo mi base, mi centro. He hecho teatro y dejé de hacer teatro. Puede que vuelve a hacerlo. Me gustaría, pero no soy teatrera. No soy cineasta. Experimento con el cine, con el video, y tengo una relación y ejercicio con la imagen. Pero no, yo soy poeta y experimento con otros procesos creativos multidisciplinarios. Me encanta experimentar. Me encanta la multidisciplinariedad. Me nutren muchísimo, desde la poesía también, los proyectos colaborativos, los procesos creativos.”
“¿Cómo te defines, Rosa?”, pregunto. “¿Poeta y punto?”.
“Depende”, ríe. “Me nombro poeta. Artista. Educadora popular… En realidad, depende de cómo se adapte al espacio donde estoy. Pero repito, ‘la poesía es mi columna vertebral’”.
Le pregunto a Rosa, ¿por qué?, ¿por qué teatro, por qué cine, por qué ser una presentadora de televisión?, ¿por qué todo? Rosa ríe y toma aliento.
“Conforme he profundizado más en mi espiritualidad maya, conforme he reconocido mis funciones a través de mi nahual, a través de mi historia he comprendido más el por qué he tomado estos caminos. Pues, sí, son caminos que he decidido tomar. Pero todos nacemos con una estrella, con tu ch’umilal, y cuando no tomas esos caminos, te enfermas. Por ejemplo, yo solo trabajo donde están mis ideales y mi convicción. Algunos caminos que he tomado han sido desde la incertidumbre. Otros desde la búsqueda. Puedo decir que desde el inicio me ha movido la escritura de la poesía. También me ha motivado mi historia, nuestra historia. La historia de mi pueblo motivada por la rabia, por la digna rabia, por la justa rabia. Todas esas búsquedas dirigen mi camino en el arte. Como te dije, con las lecturas de la poesía para mí no era solo por el hecho de leer, sino por poner la voz. Otros caminos los he tomado para retarme, para experimentar algo nuevo. No sabes si algo te gusta hasta que pasa por tu cuerpo. Y claro, otros fueron motivados por la supervivencia. Decíamos en Caja Lúdica: ‘¿cómo podemos seguir haciendo arte y a la vez generando trabajo para poder sostenernos y a nuestras familias?’. Yo trabajé en centros comerciales haciendo acciones artísticas, hicimos cuenta cuentos con Caja Lúdica, hicimos desfiles navideños de estos que organizan las empresas”, ríe. “Y por último, claro, el placer motiva mis caminos. Esta nueva etapa, por ejemplo, con la música, me da mucho placer, me llena de plenitud, es un goce enorme. Me motiva seguir experimentando, seguir creando, seguir haciendo esta trenza”.
A finales de noviembre Rosa participó en el rodaje de un corto documental/experimental realizado por la artista brasileña Clarissa Tossin titulado Antes de que los volcanes canten y basado en el poema Dame permiso espíritu del camino (Piedra Ab’aj, 2009); el corto será publicado a mediados del próximo año. A finales de diciembre Selva y Cerro lanzó su más reciente sencillo titulado Recuperando nuestro aliento. Actualmente Gabriela Ramirez-Chavez trabaja en una traducción del tercer libro de Rosa, Ri uk’u’x ri ab’aj/El corazón de la piedra (2010). Rosa Chávez actualmente termina su sexto libro de poesía aún sin título.
La poesía me ha dado y me da muchísimas posibilidades creativas, estéticas, espirituales, emancipadoras y, por supuesto, políticas. No desvinculo la poesía de lo político, porque para mí experimentar con otros formatos también es parte de mi posicionamiento político, de hacer, de poder crear, de tomar espacios, de plantar mi cuerpo con fuerza y dignidad. La poesía ha sido y sigue siendo mi base, mi centro.
Rosa Chávez.

Este reportaje fue realizado con el apoyo de la International Women’s Media Foundation (IWMF) como parte de su iniciativa de ¡Exprésate! en América Latina.
*José Alejandro García. Periodista, escritor, traductor y ex becario Fulbright. Cursó la maestría en Escritura Creativa de The New School, en Nueva York. Ha publicado en medios literarios como The Evergreen Review, Guernica y Asymptote, así como en The Guardian, Plaza Pública y Agencia Ocote; tanto en inglés como en español.